Mi hermana Ramoni siempre cuenta que mi padre relataba que de pequeño mi abuela Carmen le castigaba más que a sus hermanos porque era muy ... travieso, en concreto se refería a sí mismo como la oreja negra de la casa. Todavía nos reímos al acordamos de esta expresión y yo creo que decimos más lo de la oreja que lo de la oveja.
El caso es que en todas las familias hay una oveja negra y en la mía no podía ser menos. Desde mi punto de vista, la oveja más negra de la saga es el hermano de mi abuelo José Valverde Zúñiga. Si por curiosidad buscan su nombre en Internet comprobarán que aparece asociado al manto de plata de la Virgen de la Piedad de Baza, que en su día costó 1.242 pesetas. Este dato está al alcance de cualquiera pero no todos saben que el industrial bastetano (como se refieren a él en Google) era muy compasivo con la Virgen y muy poco con sus parientes pobres. Este tío de mi padre fue ingeniero agrónomo y había estudiado también para cura, el único hermano de mi abuelo que llegó a la universidad, abandonó los hábitos y se estableció en Murcia, pero en Baza tenía propiedades agrícolas y siendo yo muy pequeña contrató a mi padre para la campaña de recogida de aceituna. Cuando apenas llevaba unos días de campaña tuvo la mala suerte de sufrir un accidente 'in itinere', es decir mientras iba de camino a su lugar de trabajo. El caso es que lo ingresaron en el hospital en coma y mi madre fue a hablar con la persona que administraba la finca, que era también tía de mi padre, en concreto María Valverde Zúñiga. Ella le contestó que cómo el accidente no había sido en el campo no se hacían cargo de nada y que además su sobrino no tenía derechos porque no estaba dado de alta, que se conformara con lo que Dios dispusiera para ellos. En el hospital, aparte de la factura médica, le explicaron que necesitaba unas medicinas. Así que mi madre fue a una farmacia en la que no la conocían y les pidió fiadas las medicinas con la promesa de que cuando mi padre saliera del coma las pagaría. El dueño de la farmacia, D. Pedro Ortega, le proporcionó todo lo necesario sin pedirle ningún aval. Y con el tiempo mi madre saldó su deuda y después simpre le gustaba comprar allí por agradecimiento y cariño.
El caso es que esta historia viene al caso porque el jueves por la tarde al pasar por la Plaza del Mercado me llamó la atención un pequeño circulo formado por veinte o treinta personas que se habían reunido para denunciar la muerte de un trabajador en accidente laboral. Me acerqué e incorporé y a pesar de que no conocía a nadie, hacía mucho tiempo que no me sentía tan cerca de un grupo de gente. Con un modesto micrófono y una pancarta que decía «El trabajo es para la vida. Ni un muerto», una señora con voz firme leyó un manifiesto en recuerdo de Eduardo Marín Morga, un hombre de 30 años que murió en accidente laboral el pasado 2 de julio. Apenas hay rastro en la prensa de este hecho, tan sólo una referencia de la selección española de baloncesto porque el joven era árbitro. Imagino que ahora se hará una investigación para conocer si han han fallado las medidas de seguridad que podían haber evitado dicha desgracia, pero si te cae una puerta metálica (que es el caso) no creo que sea por imprudencia del trabajador. Todos estamos de acuerdo en que la Administración tiene que velar para que las empresas cumplan al máximo las medidas de seguridad y los empresarios deberían anteponer la vida de sus empleados a los beneficios.
Como les digo apenas eran treinta personas guardando un minuto de silencio en solidaridad con la familia del fallecido, pero a mí me bastó ese tiempo para cerrar los ojos y ver a mi padre postrado en aquel hospital. La organización que había convocado el encuentro es de carácter católico, como lo fueron también el tío y la tía de mi padre, pero desde luego no para comprar mantos a la Virgen sino para defender los derechos de los trabajadores. Así que desde aqui mi reconocimiento y mi cariño, para la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) que prestan oído a temas para los que la sociedad, los políticos y la prensa están completamente sordos. Porque, dicho sea de paso, está organización, a su modo, es la oreja negra de la Iglesia.
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