Hace poco una persona muy importante de este periódico me reprochó (con mucho cariño, eso sí) que si yo me pronunciaba en contra de la ... sanidad privada y de la religión era porque no había estado enferma ni era creyente. En la conversación participó también otra persona conocedora del mundo sanitario que, en el mismo tono cariñoso, le dio la razón y además hizo una defensa de la salud privada, la cual, según su experiencia, funcionaba mucho mejor que la pública. Recuerdo que acerté a argumentar algo así como que yo no deseaba que la sanidad fuera un negocio y que lo que tenía en contra de la religión es que se impartiera en las escuelas públicas. Así que aprovecho ahora para defenderme de aquellos reproches, por supuesto, con el mismo cariño y respeto con que me fueron hechos.
Primero hablaré de la religión y, si les parece, el tema sanitario lo dejamos para otra columna.
No sabría precisar si soy o no creyente, porque creo en muchas cosas y en otras no, pero toda mi formación humana e intelectual proviene de mi educación en el colegio Divino Maestro de mi pueblo de Granada. Para mí la Historia Sagrada fue fascinante porque me hizo viajar a mundos desconocidos: Babilonia, Egipto, Palestina... En la Biblia estaba todo: el amor, la violencia, la venganza, la sabiduría y, por supuesto, el erotismo. Les hablo de los años 70, en mi barrio no había cines y la televisión duraba un par de horas al día, así que la fuente del descubrimiento de la vida para los niños y niñas de la época fueron los relatos de Moisés, de Dalila, de Salomé...En ellos no faltaba un detalle, la danza de los siete velos, la decapitación de Holofernes, Salomón y el bebé partido en dos, el onanismo de Onán que no quería descendencia con su cuñada. Para completar aquellas ficciones maravillosas estaban también las vidas de santos de lugares remotos, mártires de turbadora belleza como San Sebastián asaeteado. Y especialmente, para nosotras las chicas, aquellas mujeres que preferían la muerte antes de ser mancilladas como Santa Agueda, a la que le cortaron los pechos, o Santa María Goretti, que murió asesinada por no permitir que la violaran... Lo cierto es que yo no me identificaba mucho con estos personajes, no conseguía imaginarme perseguida por nadie para robar mi virtud, pero sí recuerdo a compañeras que decían que ellas harían lo mismo en caso de «necesidad»...
De la misma manera en el colegio, en las clases de Religión leímos a Santa Teresa y su «vivo sin vivir en mí» que me encantaba, aunque no tanto como San Juan de la Cruz y su «noche oscura del alma». Recuerdo perfectamente la primera vez que oí ese poema, yo tendría diez años porque estaba en quinto de EGB y puedo visualizar hasta el filtro de la luz que esa mañana entraba por la ventana de la clase. No podía dejar de leer esos versos, hasta aprendérmelos de memoria, a pesar de no tener edad para comprender su significado. Aquellas palabras me producían un cosquilleo inexplicable en el corazón. Les invito a que lo lean y comprobaran que es absolutamente gráfico. Tanto que a mí me hacían pensar en una vecina casada (cuyo nombre no daré) de la que la gente comentaba que andaba en amores con un taxista. Cuando decía eso de «salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada» yo la imaginaba en el asiento de atrás de aquel taxi blanco y largo que, a veces, merodeaba por el camino de su casa. La imaginaba en estado de extasis y abandono total gracias a las descripciones explicitas del poeta de Yepes.
Y en mi inocencia infantil, se me ocurrió contarle estas sensaciones a la monja, de la que sí puedo decir el nombre, la madre Paula, ella me aclaró, algo escandalizada por mi mente calenturienta, que esas estrofas no tenían que ver nada con un hombre o una mujer y mucho menos con una limpiadora y un taxista, que aquello era la Comunión, el encuentro místico de Cristo con su Iglesia.
Supongo que ahora la educación religiosa también se habrá modernizado, ignoro si se continúa impartiendo Historia Sagrada, pero sigo pensando que eran relatos maravillosos pero que no debían haberme contado en la escuela sino en mi casa, en la iglesia o incluso en la Biblioteca.
Me gustaría aclarar que mis creencias nada tienen que ver con que yo defienda que la Religión pertenece al ámbito privado y familiar, ya que forma parte de lo más íntimo e inherente del ser humano. Respeto y comprendo que las familias eduquen a sus hijos en los valores religiosos, lo que no comparto es que ésta sea una asignatura. Considero que ese tiempo debe dedicarse al estudio de las ciencias, que ya hace demasiado tiempo de aquella noche oscura de mi infancia. Yo no estoy en contra de la religión sino a favor de la enseñanza laica como en Francia o Alemania. Por eso cuando he leído esta mañana que el gobierno aumenta las horas de Filosofía en la Enseñanza Secundaria, he pensado en cuanto tardaré en leer que la Religión se suprime de la escuela pública. Esa noticia sería, dicho sea de paso, una noche clara para este país.
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