Ante la Navidad, suele haber dos posiciones: la de aquellos que disfrutan con estos días, entre los que incluso hay forofos de lo que los ... americanos llaman 'espíritu navideño', y los que reniegan de ellos y desean que pasen cuanto antes –en mi juventud, tuve un amigo que no podía soportar que cantásemos un villancico–. Yo soy de los primeros, me gustan las amplias reuniones familiares, que este año no celebraré por responsabilidad, y me encantan las tradiciones navideñas: belenes y nacimientos, villancicos, Reyes Magos, etc.; las importadas no, pues al árbol, a Papá Noel, a los regalos... los considero una invasión cultural desagradable.
Hago esta introducción porque, el otro día, me encontré a un amigo de infancia, al que hacía muchos años que no veía, y, hablando de Navidad, me dijo: «Yo no la celebro porque no creo en Dios». Me sorprendió esa identificación, que quizá tenga su lógica, entre celebraciones y creencias, porque siempre he pensado –sin que sea necesario llegar a ese dicho militar «con la madre y con la Patria, con razón o sin ella»–, que uno no puede renegar de su cultura religiosa, como no puede renegar de su familia, al margen de que no crea en dioses o no le gusten sus padres. Si hay algo común a los diversos pueblos, razas o tribus, es que todos han tenido necesidad de creer en algo superior, tal vez para aliviar la terrible certeza de su desaparición de este mundo, y también todos adoran a algún Dios, ya sea bondadoso, vengativo, protector, colérico..., incluso alguna religión, según la época o sus intereses, cambia el carácter de ese dios. Por todo esto, nunca me ha convencido el proselitismo religioso, ese afán por conseguir que los de otras confesiones dejen a su dios y acepten otro, igual que me sigue sorprendiendo con qué facilidad hay quienes reniegan de sus creencias y se declaran ateos, para luego creer, a pies juntillas, en extrañas espiritualidades, en fenómenos extraordinarios o, incluso, en dogmas ideológicos.
Yo, como buen seguidor de las tradiciones de estos días, quiero aprovechar estas líneas para felicitar a todos la Navidad, especialmente a quienes dedican su esfuerzo a ayudar a los que lo necesitan: sanitarios, que luchan y se arriesgan para curar el COVID, fuerzas de seguridad, voluntarios del Banco de Alimentos, de Cáritas, de Cruz Roja, de comedores sociales y de todas las organizaciones que luchan por un mundo más solidario y mejor. Y lo hago con un antiguo villancico, que me enseñó mi bisabuela Romualda: «Madre en la puerta hay un niño más hermoso que el sol bello, / el pobrecito está en cueros y dice que tiene frío. / Anda y dile que entre, se calentará, / porque en este mundo ya no hay caridad / y, el que la tiene, no la quiere dar (...)».
Feliz Navidad
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