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Mariconas

LA PLAZUELA PERDIDA ·

Miércoles, 11 de noviembre 2020, 09:37

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Les voy a contar una anécdota de mi niñez, cuando, con diez años, estaba en un internado logroñés, cursando el primero de los siete años ... de aquel largo bachillerato católico-franquista de la época. Una tarde, tras acabar las clases y el recreo posterior, estábamos en el estudio del internado y se fue la luz. Quiso el azar y el mal fario de dos muchachos de doce años, a los que llamaré Pérez y Gómez, como les designo en alguna de mis novelas, que, al volver la claridad, los dos jóvenes estuvieran dándose un beso en la mejilla. Aquel detalle intrascendente no lo fue tanto –la crueldad de los niños puede ser estremecedora–, pues el nombre les cambió de inmediato y pasaron a ser Gina y Divina, mariconas. Ni que decir tiene que fueron apartados del poderoso círculo varonil –los que comenzaban a fumar, a hablar de chicas y eran duros jugadores de fútbol– y, cuando a alguien se le quería ofender, por ser educado, lo cual no abundaba demasiado, por ser blando en el deporte o por tener maneras correctas, se le decía: «Este besa mejor que la Gina y la Divina».

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