Entre visillos

Núremberg

No creo, como dicen, que 'Núremberg', la película de James Vanderbilt, sea una más sobre nazis. Al contrario, muestra en primer plano el semblante del ... mal y la miseria moral del alto mando nazi en el juicio que sirvió para la tipificación legal de los crímenes de guerra y contra la humanidad. Bucear en la mente criminal del segundo de Hitler, Hermann Göring, es un acierto porque ahonda en aspectos que, por evidentes, pueden pasar inadvertidos. El mal no se detecta a primera vista y mucho menos en su versión más cruel. Todos los totalitarismos, nazismo o stalinismo, utilizaron el poder total para imponerse a ciudadanos y pueblos, la eliminación era parte del terror. Como dice el zorro de 'El Principito', «lo esencial es invisible a los ojos», por eso el mal, que actúa sibilinamente, no siempre se detecta y cuando nos está devorando ya es demasiado tarde para protegernos.

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Dicen que Russell Crowe blanquea el nazismo porque en algunos momentos parece interpretar a un ser humano corriente y hasta el psiquiatra Douglas Kelley, interpretado por Rami Malek, parece empatizar con ese nazi autor de tantas atrocidades. Yo creo que ese es el mayor acierto del director y del propio Crowe para convencernos de que cuanto mayor es el peligro menos nos lo parece. Me explicaré, cada vez que se produce la detención de un asesino, los sorprendidos vecinos declaran que era una persona educada y amable. Pues claro, la maldad es camaleónica y se oculta para alcanzar sus objetivos con eficacia. Los malvados y los monstruos no se muestran a cara descubierta, asustarían tanto que nadie los seguiría. Los líderes nazis tenían carisma e inteligencia para seducir y sedujeron a millones de alemanes hasta persuadirlos de que con ellos Alemania recuperaría su grandeza. Luego ya no se pudo volver atrás y ocurrió lo que todos sabemos.

La película narra la relación de Göring, un ególatra narcisista, con su psiquiatra. Douglas Kelley quedó marcado por lo que encontró en esas mentes de la cúpula nazi, parecían normales pero ni se inmutaban ni arrepentían de sus crímenes. De ahí su convicción de que el horror crece entre nosotros y puede volver, esa es la conclusión de 'Núremberg'. Ahí tenemos a Netanyahu o Putin como nueva encarnación del mal.

Hannah Arendt, que advirtió del peligro de la banalidad del mal, creía que olvidar el totalitarismo es tentar su regreso. En 'Los orígenes del totalitarismo', incluyó un texto inquietante de Rousset: «Los hombres normales no saben que todo es posible», incluso lo inconcebible, me atrevo a añadir. La película cierra con una frase de Collingwood: «La única pista de lo que el hombre puede hacer es lo que ya ha hecho». Los añorantes de pasados imperiales y la ideología neonazi cotizan hoy al alza, habitan entre nosotros e incuban el huevo de una serpiente que puede eclosionar.

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