Entre visillos

Fe en la justicia

En España vivimos en una dictadura terrible y los ciudadanos sin saberlo. Así lo predica, un día sí y otro también, la experta en dictaduras ... Isabel Díaz Ayuso. Menos mal que está ella para protegernos, debiéramos besar por donde pisa porque, con permiso de Rosalía, ella es la única lux que ilumina España. La Espartaco moderna lidera la rebelión de los esclavizados por el Perro Sánchez. Según la nueva gladiadora de Hispania, el Perro tiene en su puño todos los poderes de estado. Lo denuncia a diario con riesgo de su vida porque, según Ayuso, quien se enfrenta al Perro «será perseguido y acuchillado». Así lo ha expresado al valorar la condena del Tribunal Supremo al fiscal general del Estado aunque el pueblo soberano, en cuyo nombre se administra la justicia, no sepa por qué.

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En esta dictadura del Perro resulta que el fiscal general, la sexta autoridad del Estado, ha sido condenado por desmentir un bulo sobre el novio de Ayuso, un defraudador confeso, porque confesó, que cobró comisiones de 2 millones de euros por la venta de mascarillas y trató de burlar a Hacienda. Su juicio va lento, muy lento. Pero ¡ojo!, si según Ayuso, «no es el fiscal general, sino Pedro Sánchez quien se ha sentado en el banquillo», podemos inferir que el condenado ha sido el Perro que manipula la Justicia a su antojo. Según la teoría de Ayuso, es el propio dictador quien ha ordenado condenarse a sí mismo. Aristóteles ha muerto, ¡viva Ayuso!

Esta inocente columnista, creyendo vivir en una democracia, pensó que no se llegaría al juicio oral por la aparente ausencia de pruebas. Se ha celebrado y ni los endebles indicios se han convertido en pruebas. La seguridad de que el Fiscal iba a ser condenado la tuve en dos momentos clave. Primero, cuando Miguel Ángel Rodríguez, alter ego de Ayuso, confesó que se había inventado que, para perjudicar al novio, se dieron órdenes de arriba, o sea, mintió. Se comportó con el desparpajo de quien se siente como en casa. Nadie interrumpió sus excesos verbales ni los del novio. El otro momento inquietante del juicio ocurrió cuando el periodista José Precedo contó, con honestidad, su dilema moral. Tenía obligación de proteger sus fuentes y, al hacerlo, podía contribuir a condenar a un inocente. El presidente del Tribunal, tan laxo con el gurú de Ayuso, le cortó bruscamente diciendo: ¡no nos amenace! El periodista debió quedarse patidifuso. Yo también.

El Supremo le ha dado la bofetada al Fiscal y el por qué, ya lo idearán según convenga. En España la justicia es tan lenta que hay quien se muere esperando sentencia, por eso no vimos venir la urgencia en condenar sin pruebas. Eso sí, Ayuso, la víctima de la dictadura perruna, tan contenta. En el cole, me decían de pequeña que la fe sin dudas era una fe muerta; la mía en la Justicia está difunta.

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