Hoy en día, cualquier persona con un teléfono móvil y conexión a internet puede convertirse, en cuestión de segundos, en emisor de mensajes capaces de ... llegar a miles o millones de personas. Esta posibilidad, que en principio debería ser un avance y una oportunidad de crecer, se ha transformado en un terreno resbaladizo donde la ética, la veracidad y la calidad del contenido a menudo quedan relegadas a un segundo plano.
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Frente a la avalancha de ruido y banalidad, existen ejemplos que demuestran el verdadero potencial de las redes sociales y los medios de comunicación cuando se utilizan con inteligencia y propósito. Un claro ejemplo es el de Custodio Pérez, el escritor andaluz que hace unos días presentó su libro en La Revuelta y, gracias a la visibilidad que consiguió con su estelar aparición en el programa, su obra se ha convertido en top ventas en España. No fueron el escándalo, ni la provocación, ni el sensacionalismo lo que le llevaron allí, sino el talento y el trabajo bien hecho. Ese es el tipo de reconocimiento que las redes deberían amplificar: el que nace del mérito.
Por desgracia, el contraste es inevitable. Mientras tanto, seguimos asistiendo a la proliferación de programas bochornosos, como el recientemente cancelado 'La casa de los gemelos', retransmitido a través de YouTube, en el que figuras que se han ganado una fama más que cuestionable, no aportan más que un espectáculo vacío, diseñado únicamente para generar clics y polémicas. Este tipo de contenidos, carentes de rigor y respeto, son el reflejo más evidente de una tendencia preocupante: confundir visibilidad con valor.
Las redes sociales y los nuevos medios de comunicación son herramientas poderosas, pero no neutras. Cada publicación, cada vídeo, cada comentario contribuye a moldear la conversación pública. No se trata de censurar, sino de reflexionar. Educar en comunicación, en su sentido más profundo, es hoy tan necesario como enseñar a leer y escribir. No basta con tener voz, sino que hay que saber usarla. Y no basta con tener acceso, debemos saber filtrar.
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¿Qué queremos amplificar como sociedad? ¿Qué tipo de ejemplos merecen ocupar el centro del escenario? La responsabilidad no es sólo de comunicadores y periodistas. En mi opinión, es nuestro deber como ciudadanos y como consumidores constantes de contenido, promover un uso responsable y consciente del espacio digital. Creo fervientemente que, si nosotros dejamos de dar bombo y de hacer generar dinero a determinados tipos de contenido, su desaparición será la consecuencia inevitable.
La buena noticia es que las redes, bien empleadas, pueden ser una herramienta extraordinaria para el progreso cultural, la pluralidad y el talento. El reto está en que aprendamos a separar el grano de la paja, la verdad del ruido y la sustancia del espectáculo. Porque solo así lograremos que el altavoz digital sirva para lo que debería servir: dar visibilidad al mérito y no al escándalo.
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