Logroño se vende como tierra de buen vino, pinchos y alegría compartida. Las cifras de visitantes baten récords, las terrazas rebosan de vida y las ... calles están llenas de gente. Pero bajo ese escaparate tan atractivo hay una carencia tan elemental como incómoda: la falta de aseos públicos.
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La ciudad presume de hospitalidad mientras ignora una necesidad que no distingue entre viajeros, jóvenes o vecinos de toda la vida.
Las estadísticas municipales confirman que la mayoría de las multas por miccionar en la vía pública se imponen a turistas. No es extraño: se fomenta un turismo de ocio que invita a recorrer calles y bares, pero no se ofrecen baños públicos suficientes.
Se criminaliza una consecuencia sin atajar la causa. Los jóvenes que salimos de noche, también conocemos bien la escena.
No hay carteles que valgan cuando el cuerpo lo demanda, y los medios necesarios para cumplir las ordenanzas municipales no aparecen. El resultado es evidente. Todos los rincones y recovecos del casco antiguo huelen a fiesta.
Es de esperar que los vecinos no duden en denunciar que sus portales amanezcan como improvisados urinarios. A quienes viven en esas calles se les pide paciencia, pero el problema se repite año tras año como si fuera inevitable.
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Las consecuencias de la falta de infraestructuras también las sufren los mayores. Aquellos que pasean por el centro o simplemente hacen compras, encuentran el mismo muro. Y es que no hay adónde ir.
Quedan los aseos del Espolón, es cierto. Pero calificaría de temerario a cualquiera que tenga el valor para entrar en ellos. La alternativa es pedir un favor en un bar, consumir a cambio de un servicio o improvisar, con todo lo que eso implica para la limpieza de la ciudad.
Las recién terminadas fiestas de San Mateo lo han dejado claro una vez más. Los baños portátiles instalados en algunos puntos se podían contar con los dedos de la mano. Insuficientes para la magnitud de la celebración.
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Pretender civismo sin dar los medios necesarios es una contradicción. Multar puede ser un método rápido para engordar las arcas municipales, pero no soluciona el problema de fondo.
La ciudad recauda, sí, pero a costa de los desafortunados que pagan y a costa de los vecinos que lo sufren.
Logroño necesita asumir que el turismo, así como la vida cotidiana, generan necesidades. No basta con mensajes vacíos. Hace falta una red de aseos públicos, limpios, seguros y accesibles, que funcione todo el año, con mantenimiento regular y horarios amplios.
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Porque no se puede brindar por el enoturismo y al mismo tiempo dar la espalda a lo elemental. Una ciudad que se respeta a sí misma empieza por ofrecer dignidad a quienes la habitan y la visitan.
Y eso, en Logroño, hoy, pasa por algo tan simple y tan urgente como poner más baños públicos.
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