Parto de que, como afirmaba Aristóteles, se piensa que lo justo es lo igual, pero no para todos, sino para los iguales. Parto de entender ... como esencial la tarea de impartir justicia y de que la inmensa mayoría de los jueces ponen toda su industria moral e intelectual en ejercer la magistratura magistralmente. Y, por supuesto, parto de que como enuncia el artículo 117 de nuestra celebrada Constitución la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del rey por jueces y magistrados integrantes del Poder Judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley.
Recientemente, el magistrado de la Audiencia Nacional Eloy Velasco cargó con dureza contra la exministra de Igualdad, Irene Montero, a propósito de la ley del solo sí es sí. En una conferencia para juristas se llenó de sinrazones, pudiendo haberse llenado de razones, al afirmar que juristas como él llevan desde el derecho romano sabiendo lo que es el consentimiento y «mil cosas más que nunca aprenderá Irene Montero desde su cajero de Mercadona». Un juez que se refiere al 'cajero' de Mercadona debe de saber mucho de derecho romano pero no es capaz de distinguir un banco de un supermercado. Además, en un arrebato de ignorancia en aritmética parlamentaria, cuestionó la legitimidad del Gobierno porque los partidos que lo forman han «perdido las elecciones».
Dada su manifiesta erudición, no estaría mal que su señoría hiciese un esfuerzo por intentar ser 'nuestra' señoría y releyese a Montesquieu y su espíritu de las leyes quien considera al ser humano como un ser flexible que se amolda en sociedad a los pensamientos de los demás, atendiendo más a la naturaleza de las cosas que a las propias preocupaciones, cuando se trata de principios.
La politóloga Máriam Martínez-Bascuñán afirma que nadie sensato pone en duda la legitimidad del poder judicial, pero ya va siendo hora de que abordemos el debate de cómo funciona la justicia. Y habría que analizar, asimismo, la causa de la excesiva permeabilidad partidista de algunos jueces, tanto en sus acciones como en sus expresiones. Abrir esos incómodos debates sería probablemente una forma de manifestar el respeto que ellos nos merecen y que todos debemos a la justicia, una idea moral tan esencial sin la cual la libertad no podría existir.
Nadie está por encima de la ley. Ni siquiera un juez expresando su clasismo con tan poca clase desde un redicho desprecio impregnado de ranciedad. Y ya que los ciudadanos tenemos constitucional derecho a preguntarnos acerca de quién vigila al vigilante, debería el juez evitar destilar su superioridad intelectual mediante irreflexivas argumentaciones convirtiéndose ya no solo en juez y parte, sino también en juez y parto por su capacidad de parir exabruptos. Entre otras cosas porque después tiene que impartir justicia, que debe ser igual para todos, incluyendo a quienes trabajan como cajeros o cajeras y hacen posible que podamos adquirir lo que nos alimenta, que no solo de derecho romano vive el juez.
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