Aunque he leído muchos libros, pocos me han impresionado. Menos aún en estos últimos tiempos de los que se ha adueñado la banalidad, no sólo ... en la literatura sino en todos los aspectos de la vida –el otro día me llegó un escrito en el que me recomendaban no vacunarme, porque la vacuna iba a causar muchas muertes, de las que culparían a la cepa británica del virus, ¡hay que joderse qué empanada mental tienen algunos!, con perdón– y por eso me ha sorprendido que, en el último libro que he leído, haya encontrado, como decía un viejo sabio, aunque él lo refería a la comida, «mucho y bueno». Me refiero a 'Línea de fuego', la última historia de Pérez Reverte, en la que relata la batalla del Ebro, de la Guerra Civil.
Estábamos hartos de leer novelas, sobre nuestra última guerra, de buenos y de malos, según la tendencia política del autor, y, al fin, nos encontramos con una historia en la que todos son buenos o todos son malos, según se mire; todos tienen el mismo heroísmo y las mismas flaquezas... todos son españoles. En el fondo, se aprecian las miserias políticas y humanas de aquella época terrible: de aquel infausto franquismo incipiente y de aquella nefasta Segunda República, a la que algunos se empeñan en querer lavar la cara, pero de la que no pueden borrar sus horrendas cicatrices, así como la evidencia de que no se debe clasificar a las personas en buenos y malos, aunque algunos todavía se empeñen en hacer esa clasificación: buenos son quienes piensan como ellos, malos son los demás. Hay que alabar y dar las gracias a Pérez Reverte por poner sobre la mesa la evidencia: en el fondo, todos somos parecidos y, por mucho que intentemos modificar el pasado, la cruda verdad se acaba abriendo paso. Y más en la 'Línea de fuego'.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión