Almazuelas de barro

Hierbajos

España va bien! Exclamación que ha sido el clavo templado, ardiente o al rojo vivo al que se han agarrado prácticamente todos los presidentes de ... la democracia (de lo de antes, ni te digo). Si el país va tan bien, ¿por qué tantos paisanos las están pasando canutas? Por ahí sí que quema el clavo. En 2025 el riesgo de pobreza y exclusión social le está cayendo encima al 25,8% de la población, uno de cada cuatro conciudadanos, según las matemáticas de Cáritas y otras instituciones sin ánimo de lucro. Salen doce millones de personas, de las que cuatro millones viven –¿viven?– con 644 euros al mes. Va tan bien España como Bulgaria, Rumanía y Grecia, el cuarteto de la penuria europea. Pero es que todo va bien, la regla matemática se estrella por desproporción pero cuadra el balance. A los ricos de todo el mundo les va de perlas. Eso compensa. Ya lo dijo el Libro: al que poco tiene lo poco que tiene le será quitado y al que mucho tiene, mucho le será dado.

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Por pillar un simbolillo ajeno a la estadística, hay por aquí una guardería con patio de recreo, toboganes, caballitos, pistas de juegos, una disneylandia marca blanca para enanitos, a la que un cambio más electoral que climático ha dejado secajoso y plagado de hierbajos. A su mismo costado una zona privada luce su deslumbrante piscinita y su planchita de verdísimo césped, gracias a las cuatro perrillas con que la miman sus vecinos.

Propiedad pública pequeña, propiedad privada pequeña. Cuatro perrillas menos y cualquier día cierran la guardería y, a la par, porque España va bien, firman alguna generosa concertación con empresa liberal y solvente. Que tome nota y tiemble la sanidad pública. Hubo un político en esta región, socialista, progresista, humanitario, majo de verdad, que se dolía de la imposibilidad de cumplir el programa por culpa del exceso de apetencia de la población: es infinita. Eso de mientras haya salud, bien, pero sin el gordo es carísimo.

El Estado administra los bienes comunes y tiene el deber de posibilitar soluciones. En demasiadas ocasiones apaña con remiendos, ayuditas, subvenciones. El control que evite despilfarros consiste en una brumosa carrera de requisitos y papeleos. Algunos de los presuntos beneficiarios desisten para no morir en el intento, otros mueren antes de que les llegue el primer papel y otros se echan a la calle o a la bartola. Es obligatorio tener un papel que la Administración guarda y que tras larguísimo recorrido el beneficiario que pide lo recibe, lo re-remite a su guardador y espera. Los papeles, por muchos bites en los que vayan trasfundidos, son hierbajos administrativos que ningún experto comprueba previamente cómo de posible es cada imposible.

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Ni siquiera Yolanda Díaz, y mira que se le ocurren quimeras. Cualquier día se sonsaca un decreto ley que prohíba morirse, sin excusa ni peste que valga, bajo sanción y consiguiente multa. Inmediatamente el señor Garamendi interpondrá recurso: ya le gustaría a él, pero es incitación al absentismo laboral, atentado contra la empresa privada, soterramiento de funerarias y celliscas sobre notarías y aledaños.

Algo no va bien.

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