Afortunadamente hay mujeres que han nacido para la historia. Marcan huella. Sus peripecias y aventuras revuelven el tiempo y la sociedad que comparten. Sin ánimo ... de señalar, Isabel Díaz Ayuso y Yolanda Díaz Pérez son dos de esas grandes mujeres, gemelitas y absolutamente incompatibles, que se están partiendo el pecho, el plexo solar, el sistema fonador y los cien mil huesos y músculos del cuerpo para merecer el masterísimo de excelencia. Dos espléndidas ejemplaras del estado de bienestar que proviene de las últimas puntas de la dictadura y las primeras de la transición. Una transición muy imperfecta, que la Díaz-I va a niquelar con dos broncas y una sucesión de Fórmulas I.
Publicidad
Gracias a la castiza de Chamberí y a la meiga del Ferrol, Madrid vuelve a ser el castillo famoso que al rey moro aliviaba el miedo, hasta que otro Díaz, el V de Vivar, le birló la novia, según chismorreos del seudocronista Fernández de Moratín, y la batalla se cerro en pausa y sin víctimas, todos primohermanos. Qué espléndidos tiempos de retraso y barbarie.
La Díaz-I, con i latina, es muy de Isabeles de Castilla, muy de figurar, trajes sastre, tubos, estampados «paisley Zara», cualquier cosa que se ponga armoniza con su boquita de pistón: «Los que no tenemos por qué vivir de la tibieza y la moderación decimos las cosas antes de que sea tarde». Tardísimo fue para los cientos de personas malogradas por sus criterios de exclusión en la oscuridad de la pandemia.
La Díaz-Y, con y griega, es más de transcender y buscar la mayor sabiduría, la justicia social, todos iguales y bien alimentados, modelo Siryza, aquel partido griego lleno de jóvenes suficientemente preparados que tras ganar y perder sucesivas elecciones han logrado que el país siga como estaba, a la derecha. Tiempo al tiempo: «El despotismo y la censura se vencen siempre con la imaginación creadora».
Publicidad
Son símbolas, luchadoras de peso pesado, monumentas a la perseverancia, fenómenas que se han hecho a sí mismas, sin necesidad de padre ni partido que les brame ni adoctrine. Ellas son su partido. Baronesas de antagónicas proas, si las ven venir buenas, convocan elecciones (al igual que el enemigo filibustero de Moncloa). Si vienen malas y sólo se es vicebaronesa, se descuartillan los cuartillos de un partido que era de Sumar y a seguir mareando la perdiz creadora. Baronesa y vicebaronesa regentan distintos castillos, con sus fantasmas y rasputines. En demasiadas ocasiones a la baronesa se le entreve un abrupto rasputón de barbas canosas, aureolado de cutrez, ignorancia y mala baba, que rompe el encanto. La vice del reparto de la riqueza suda y rema por un Estado que llegue donde nunca había llegado (menos trabar, más recreo, más propinas). Así que vive en permanente estado de alarma por los votos que se escapan y las untadas que se meriendan los grumetes del patrón.
San Andrés de Teixido y la Virgen de la Paloma nos guarden porque si éstos y éstas se dan de hostias nos van a caer todas en la misma cara. En esta durísima marcha del palantepatrás, unos y/o unas de las y los Díaz de las diecisiete Españas van a helarnos el corazón.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión