En la inmortal película de Sergio Leone los tres protagonistas están muy lejos de ser buenos y muy cerca de ser sólo malos, aunque el ... bueno parece tener algún atisbo de decencia, el malo ni por asomo y el feo se adecua a las circunstancias y podríamos decir que tiene moral de político.
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Pues bien, España también está dividida en tres grandes grupos: los buenos, los malos y los feos, en cuyo carácter coincidimos casi todos, pero en su colocación discrepamos.
Dado que la política en nuestro desdichado país reviste los mismos caracteres de cerrilismo y fanatismo que la afición al fútbol y su misma impermeabilidad, los buenos son unos u otros en función del equipo que los apoye.
Los fans del actual Gobierno se consideran a sí mismos los buenos porque defienden las ideas trasnochadas de los progres de los años sesenta del siglo pasado y se niegan a criticar las prácticas deshonestas y antidemocráticas con aquel razonamiento que hizo el presidente de los Estados Unidos a propósito del dictador Noriega cuando le dijeron que era un hijo de puta y contestó: «sí, pero es 'nuestro' hijo de puta». Con lo que declaraba que el fin justifica los medios, lo mismo que los partidarios del Gobierno justifican cualquier tropelía con tal de que la derecha, es decir «los malos», no gobierne.
Los adictos a la derecha también se consideran «los buenos» y por su parte claman al cielo por los desmanes, ataques a la democracia y corrupción de los malos del gobierno. Y todo ello, olvidando que ellos tuvieron la oportunidad y la mayoría absoluta que les hubiera permitido corregir la posibilidad de estas prácticas y no hicieron nada al respecto y que también tienen bastante que ocultar.
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Es decir, que los papeles de buenos y malos están repartidos y sólo quedan los feos. Esos somos los que, como es mi caso –nos indignamos cuando– tanto los pretendidos buenos, como los malos, actúan en contra de lo que consideramos aceptable, destruyen la democracia, practican el nepotismo descarado y roban cuanto pueden sin el menor rubor. Por ese motivo somos atacados por ambos bandos y, dada la polarización que tanto los buenos como los malos propagan, quedamos excluidos del juego político ya que no odiamos, no contemporizamos con la inmoralidad y la indecencia y queremos un país libre y democrático.
En resumen, tanto los buenos como los malos defienden todo lo que hagan los suyos, aunque sea una canallada, y conceptúan como malo y detestable todo lo que hagan los otros por muy bien que esté.
¡Pobres feos!
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