Sobre la Feria del Libro

Sábado, 21 de junio 2025, 22:10

Ya es tradicional mi artículo sobre la Feria del Libro. Y digo tradicional porque ya lo he hecho tres años seguidos y hace mucho comprobé ... que tres veces es tradición. Déjenme primero que les cuente cómo descubrí esto y luego hablaré, por no romper la tradición, de la Feria. Todo empezó una nochebuena, y prepárense para un cuento a lo Dickens, en la que yo estaba absolutamente carente de dinero, no me extiendo con las circunstancias, pero tenía, ademas, dos niños que pedían sendas bicicletas y que, maldita sea, habían sacado buenísimas notas como para negárselas. Cualquiera que tenga hijos y esté leyendo esto habrá hecho la cuentas de lo que cuesta celebrar fechas tan señaladas en condiciones y, si se pone en mi lugar, sacará las cuentas de que no daba para dos bicicletas y una cena de lujo.

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Así que, días antes del 24, inicié una campaña de protesta contra el consumismo desmedido de estas fechas más por necesidad que por convicción y anuncié que me negaba a gastar en una noche, en la que lo importante era estar todos juntos, una millonada que no tenía en marisco, cordero y las viandas.

Anuncié que este año, en una campaña domiciliaria pero muy concienciada, cenaríamos tortilla de patatas y unos pimientos al horno, que, mal me está decirlo, pero me salen excelentes. Gracias a eso, a mi artera manipulación anticapitalista, pude permitirme comprar dos capitalísimas bicis que mis hijos recibieron cargando los gastos a otros seres mágicos que nada tenían que ver con su padre. Mi plan, perfecto por otro lado, era recuperar mis bolsillos durante el año y, la siguiente nochebuena, confiar en la corta memoria de los niños para volver a cenar percebes. Pero tampoco el siguiente diciembre vino caudaloso y los jodidos niños seguían siendo buenos y sacando excelentes notas mientras pedían en sus cartas una consola que ya les iba tocando tener. Nueva campaña pro tortilla con pimientos y a esperar a los percebes doce meses más.

Pero, amigos, en la vida de un niño tres años es una inmensidad, es un tercio de su vida, es el equivalente a lo que yo llevaba existiendo y comiendo percebes cada nochebuena. Así que, al tercer año, con mi economía al fin sacando la cabeza, fueron ellos los que empezaron a relamerse hablando de los deliciosos pimientos. Traté de manipularlos ahora en el sentido contrario, les sugerí que ese año cambiásemos y compráramos unos deliciosos percebes y un excelente cordero, pero ellos me dijeron que eso podíamos comerlo cualquier día, no como la tortilla de nochebuena, que ese día sabía especialmente rica. Y así fue como, desde ese tercer año, cada 24 de diciembre, yo aguanto estoicamente los programas esos idiotas, espero a que se acueste toda mi familia, dejo los regalos en el árbol, y me escondo en la cocina a comer percebes.

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Y no, no he hablado de la Feria del Libro, a la mierda la tradición.

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