La plazuela perdida

Viejos odios

Es muy conocida la pintura negra de Goya de título 'Duelo a garrotazos', en la que aparecen dos hombres, enterrados hasta la rodilla y dándose ... golpes mutuamente con sendos garrotes. Es una obra de principios del siglo XIX, pero está considerada como una realista representación del carácter del hombre español, casi siempre dispuesto a solucionar sus disputas a golpe limpio. Este tradicional enfrentamiento de unos contra otros: norte contra sur, Villarriba contra Villabajo, ricos contra pobres... llegó a su culmen en la nefasta, aunque añorada por algunos, Segunda República, concluida con la sangrienta guerra civil que tiñó de rojo la orografía española con cientos de miles de muertos.

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Acallados a la fuerza aquellos viejos odios durante la dictadura, parecieron definitivamente enterrados en la transición democrática al franquismo, con aquel generoso pacto de las principales fuerzas políticas, que fue puesto como ejemplo de sensatez y buen hacer político en todo el mundo democrático. Personas tan dispares ideológicamente como Fraga, Carrillo, Suarez, González, etc., dieron una lección de realismo político y generosidad ideológica, para conseguir olvidar aquellos viejos rencores que tanto habían envenenado la convivencia ciudadana.

Más de cuarenta años después, cuando el odio atávico parecía enterrado y se podía discutir razonablemente de política en reuniones familiares o de amigos, a algunos, inopinadamente, se les ha ocurrido levantar un muro entre unos u otros, entre la izquierda y la derecha, para que España no caiga en manos de 'los otros'. Después de cuatro décadas de alternancia política en España, entre las izquierdas y las derechas democráticas, sin grandes perturbaciones, hay quienes piensan que eso no puede ser, que hay que levantar una barrera para que no gobiernen los otros. Si la alternancia había dado aceptables resultados, ¿por qué ese empeño en levantar el muro de la vergüenza? La respuesta la tienen quienes lo levantaron, pero todo hace sospechar que fue por mero cálculo político, para continuar gobernando sin alternancia. Y, de nuevo, volvemos a no hablar de política en ciertas reuniones, porque la cizaña ha sido sembrada, otra vez, y crece con fuerza entre los españoles.

En tiempos republicanos, aquellos odios viscerales podían tener algún sentido por las vergonzantes y flagrantes desigualdades –el hambre es caldo de cultivo para el odio y otras muchas cosas–, pero, en pleno siglo XXI, azuzar a unos contra otros y provocar enfrentamientos sólo puede explicarse por el egoísmo de quienes miran por su interés particular, ya sea político o patrimonial, en vez de por el general. Y eso no está bien. Aunque sea el pan nuestro de cada día.

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