El Sáhara todavía en el corazón
Con qué ocurrencia saldrá Trump, o quien le suceda, el día que la monarquía alauita recuerde que Ceuta y Melilla son también Marruecos
Necesariamente tiene que obedecer a una conjura astral que el reconocimiento por vía diplomática del dolor y la injusticia que acompañaron a la conquista de ... México, venga a coincidir con la conmemoración del cincuenta aniversario del último episodio de la sonrojante historia del colonialismo patrio. Mientras, la derecha nacional se escandaliza ante la simple aceptación formal de la violencia ejercida hace quinientos años por los aventureros desarrapados que acompañaron a Cortés en la empresa americana e intenta, como puede, ocultar las vergüenzas frente al espectáculo que hace solo cincuenta ofrecimos en el desahucio claudicante de una provincia española: el Sahara. Tampoco la izquierda es inocente. Y es que la vergüenza va por barrios y nos alcanza a todos.
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Es imposible no recordar la imagen del todavía llamado a la sucesión en la Jefatura del Estado, Juan Carlos I, poniendo fin a los sueños de banderas imperiales al afirmar ante los restos del Ejército africanista que se iban, pero cubiertos de gloria y sin mengüa del honor. A esa declaración solemne le habían precedido las admoniciones de Jaime de Piñés, embajador en la ONU, exigiendo, eso sí, con el enérgico movimiento de su bigotito a gusto del Régimen, la inmediata retirada de la Marcha Verde cuando ya estaba todo decidido.
Y es que los que realmente mandaban ni siquiera iban a dejarnos cumplir con el decoro de potencia colonial, garantizando al pueblo saharaui su derecho a la autodeterminación.
Hubo en aquella ominosa página de nuestra historia algo de fin de época, la certificación de la muerte de una España que se iba con el dictador. Pero también la esperanza de que frente a esa España llegaba otra. O eso quisimos creer.
En noviembre de 1976, Felipe González, secretario general del PSOE, visitó los campamentos de Tinduf para mostrar su rechazo a los Acuerdos de Madrid y prometer a los saharauis que estaríamos con ellos hasta la victoria final, su referéndum de independencia. No era una afirmación banal. Hablaba a un pueblo que acababa de protagonizar un verdadero éxodo bajo las bombas de fósforo blanco de la aviación marroquí.
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Veinte años después, cuando visité los mismos campamentos, Yahadil ul Mohamad ul Abdilil, aún lo recordaba. Yahadil era sin duda un «notable». Miembro a la sazón del Consejo Nacional Saharaui de la RASD, había sido procurador en las Cortes franquistas. Ciudadano español con documento nacional de identidad, acompañó a González en ese viaje. «Nos prometió el oro y el moro», me dijo con fina ironía. Pero me impresionó no advertir rencor en su cansada voz. Solo, tal vez, un lejano desengaño y un sonriente asombro ante la dimensión de la mentira, como si su ingenuidad de entonces y la bellaquería del socialista en el fondo le hicieran gracia. Y es que Felipe González fue siempre un trilero gracioso.
Pero después fue todo el mismo engaño e idéntica desfachatez, y se han sucedido los hechos injuriantes. Tras el descrédito y agonía de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (Minurso), hemos visto la chapuza de un gobierno del PSOE ocultando en Logroño el acto humanitario y debido de asistir clínicamente a Brahim Gali; el cinismo del PP, más interesado en comprometer judicialmente a una ministra que en proclamar el orgullo y el derecho del Estado español a prestar atención médica a quien quiera. Y al final, el absoluto abandono.
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Lo confieso: miré con rabia y cierto desprecio a los españoles que acudieron en taxis y con paelleras a asistir a refugiados ucranianos en la frontera polaca, casi al mismo tiempo que, con olímpica ignorancia, consentíamos que dejaran tirados en medio del desierto a unos compatriotas. Por cierto, al hilo de la sacrosanta soberanía y autodeterminación de Ucrania, Rusia, que ya no es comunista, sigue siendo nuestra «amenaza existencial». Bueno será recordar que Hasán II no hubiera podido movilizar ni media docena de mendigos de no haber mediado el apoyo logístico de nuestro fiel aliado, los Estados Unidos de América. Estamos protegidos por el sur.
A veces me entretengo imaginando con qué ocurrencia saldrá Trump, o quien le suceda, el día que la monarquía alauita recuerde que Ceuta y Melilla son también Marruecos. En esos momentos rememoro la voz desengañada y clara de Yahadil ul Mohamad –tengo ahora más edad que la que tenía él cuando lo conocí– y le tomo prestada la sonrisa. Es una forma de seguir manteniéndolo vivo en el corazón junto a su patria.
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*Como diputado regional, Jesús Rodríguez Rubio formó parte de la delegación oficial del Parlamento Riojano que visitó los campamentos de Tinduf en abril de 1996.
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