Tribuna

Lo que está muerto no puede morir

Los más jóvenes consumen desde las redes sociales, acrítica y entusiastamente, mensajes nostálgicos, romantizados y nada inocentes sobre la figura de Franco

Jesús Movellán Haro

Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de La Rioja

Miércoles, 22 de octubre 2025

A los que hace unos años veíamos Juego de Tronos o habíamos leído la saga de George R. R. Martin 'Canción de Hielo y Fuego' ... nos impactó (a mí al menos sí que lo hizo) uno de los mantras de un culto oriundo de las llamadas Islas del Hierro, el del dios ahogado: «Lo que está muerto no puede morir». En realidad, esta afirmación no puede aspirar a ser más que una obviedad, cuando no una tautología; efectivamente, si algo muere no puede morir... a no ser que nos refiramos a que, en un giro (casi requiebro) lingüístico, aquello que ha muerto pasa automáticamente a ser inmortal, por cuanto habite en la memoria. Ésta, la memoria, se recrea entre quienes conmemoran, condenan o, simplemente (y no es poca cosa) buscan algún resquicio de verdad sobre un pasado que les es tan propio como ajeno, tan estéril (para algunos, aquellos que no quieren «remover el pasado») como traumático. Junto con el trauma colectivo que representó la Guerra Civil, nuestro pasado (no tan lejano) tuvo que ver con los deseos y designios del hombre que terminó liderando la rebelión militar y que, casi hasta el final de su vida, fue el Jefe del Estado de una dictadura, Francisco Franco Bahamonde.

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Si miramos, precisamente, hacia ese pasado en concreto, lo que todos sabemos es que Franco murió en una cama del Hospital de La Paz de Madrid en la madrugada del 20 de noviembre de 1975 (el mismo día que, en 1936, fue fusilado José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española y de las JONS y mártir del Movimiento Nacional antes de éste se comenzara a «mover»). El 23 de noviembre, y cumpliéndose con lo establecido por los propios deseos del dictador, Franco fue enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos (ahora 'Valle de Cuelgamuros', en aplicación de la Ley 20/2022, del 19 de octubre, de Memoria Democrática). Ahí permaneció, precisamente, hasta el 24 de octubre de 2019 en que, tras varias idas y venidas judiciales, se exhumaron los restos del Caudillo y, viaje en helicóptero del Ejército del Aire mediante, fue depositado en el panteón del cementerio de Mingorrubio donde también descansan los restos de su esposa, Carmen Polo.

Esto son los hechos, al menos los estrictamente necrológicos si se quiere considerar así. Sin embargo, en 2025 Franco es algo más que unos restos exhumados y aerotransportados. Se hace necesario (de nuevo) explicar quién fue y qué fue su dictadura, particularmente para una sociedad en la que los más jóvenes consumen desde las redes sociales, acrítica y entusiastamente, mensajes nostálgicos, romantizados y nada inocentes sobre la figura de Franco y la realidad cotidiana de su régimen. En el mundo actual, plagado de incertidumbres y precariedad para quienes hemos nacido y/o crecido entre crisis y la destrucción de las certezas de décadas anteriores, la «seguridad» y «estabilidad» socioeconómica que promete el relato (¿neo?)franquista resulta atractivo. Atractivo y muy, pero que muy peligroso. Por todo ello, los historiadores tenemos que volver a hablar de Franco. Ha muerto físicamente, pero, tanto para sus nostálgicos (que los hay, y no son pocos) como para los que promovemos una lectura crítica y desapasionada desde la reflexión histórica no ha muerto «definitivamente». En el caso de la historiografía, debemos proporcionar las herramientas necesarias para que Franco y el régimen franquista sean observados desde el conocimiento y el debate riguroso, con particular respeto a los Derechos Humanos y lejos de consignas, eslóganes y mensajes tramposos o, directamente, perniciosos para la convivencia democrática.

Y, si los historiadores entramos en materia teniendo en cuenta todo lo anterior, hay que pensar que hace cincuenta años Franco había muerto. Eso para... ¿empezar? Así damos título a la jornada sobre la crisis final del régimen franquista que celebraremos en el Centro Ibercaja de Logroño mañana, viernes, 24 de octubre, desde las 9.30 de la mañana. Para «bautizar» este encuentro hemos parafraseado el comienzo de Canción de Navidad de Charles Dickens, quien iniciaba esta historia con el fallecimiento de los hermanos Marley, socios del prestamista Ebenezer Scrooge. Es incuestionable que la muerte de Francisco Franco es un hito en la historia de España. Si este acontecimiento dio el pistoletazo de salida al final del régimen franquista previo a la recuperación de la democracia (lo que conocemos como la Transición) o si la crisis de la dictadura ya llevaba tiempo gestándose en su propio seno, es algo que discutiremos mañana en Logroño, con la magnífica compañía de Enrique Moradiellos García, profesor en la Universidad de Extremadura, Premio Nacional de Historia y académico de la Real Academia de la Historia; Sergio Molina García, profesor en la Universidad de Castilla La-Mancha; y Carlos Gil Andrés, profesor en el IES Inventor Cosme García de Logroño. También estará con ellos el que suscribe estas líneas, quien se siente tan agradecido como abrumado por poder contar con tres reconocidísimos especialistas del siglo XX español. En fin, no se lo pierdan: comprobaremos cómo, cincuenta años después de la muerte del dictador, aún queda mucho por contar y debatir desde el análisis y la reflexión históricas. Eso sí, que la jornada se celebre justamente seis años después de la exhumación de los restos de Franco ha sido pura casualidad... se lo aseguro. Ironías un tanto macabras de la historia.

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