Tribuna

Solo quiero oír hablar de ti

Sagasta pronto descubrió que su ambición iba más allá de coser el nuevo Estado liberal español con carreteras y puentes: quiso gobernar, y lo consiguió

Javier Zúñiga Crespo

Historiador e investigador de la Universidad de la Rioja

Martes, 25 de noviembre 2025, 22:08

Suena la banda sonora de Ennio Morricone. El viejo Alfredo suplica a Totó que abandone el pequeño pueblo siciliano de Giancaldo sin mirar atrás. «Eres ... joven, el mundo es tuyo», le espeta. Totó —ya un Salvatore adulto— se resiste. «No quiero oírte más, solo quiero oír hablar de ti», remata Alfredo, casi desesperado. Torrecilla en Cameros no es el Giancaldo de Cinema Paradiso, ni la entonces provincia de Logroño se parece a aquella Sicilia que Alfredo tildaba de «tierra maldita». Pero el arquetipo del joven prometedor que sale de una pequeña localidad —la Torrecilla de comienzos del XIX no superaba los dos mil habitantes— para cumplir su sueño, Sagasta lo encarna de sobra.

Publicidad

Ahí acaban las similitudes con Salvatore. A diferencia del personaje creado por el célebre Giuseppe Tornatore, Sagasta no procedía de una familia deshecha por la guerra. Gracias a los estudios recientes de Javier Díez Morrás, hoy conocemos mejor que nunca los orígenes familiares del riojano ilustre y el caldo de cultivo de exaltación liberal en que se crió: una militancia activa y una implicación política temprana en defensa de los valores del primer liberalismo español. Una faceta poco estudiada hasta ahora. Ya José Luis Ollero advirtió en su biografía canónica que la adscripción progresista de Sagasta bebía del ambiente doméstico de «inequívoco compromiso liberal». En lo económico —sin acercarse a sagas como los Santa Cruz de la célebre Jacinta Martínez de Sicilia, futura duquesa de la Victoria—, los Sagasta vivieron con relativo desahogo gracias a sus negocios particulares.

Así, la familia pudo respaldar al joven Práxedes cuando, a mediados de los años cuarenta, se presentó al examen de ingreso de la Escuela de Caminos. Aquella institución aspiraba a formar a los funcionarios técnicos de élite del nuevo Estado liberal: los ingenieros. Como explica Darina Martykánová, quienes lograban entrar y superar una formación más exigente que la universitaria de entonces pasaban a formar parte de un grupo selecto con un estatus público de lo más destacado. De hecho, los ingenieros españoles —igual que los portugueses y franceses— disfrutaban de una posición social comparativamente alta frente a sus homólogos de Reino Unido o Alemania. Sagasta fue el primero de su promoción. Ya en sus años de escuela mostró su ascendente progresista frente a los gobiernos moderados del general Narváez. Su salto a la política nacional llegó en 1854, cuando participó en la Vicalvarada desde su destino como ingeniero en Zamora. Desde entonces, su ascenso dentro del progresismo fue fulgurante. Tras la caída de Isabel II en 1868 y, sobre todo, a partir del breve reinado de Amadeo de Saboya, Sagasta se erigió en líder del progresismo constitucional, frente a la corriente radical de su viejo amigo Ruiz Zorrilla. En palabras de Eduardo Higueras, ambos «aparecieron emparejados como la cara y la cruz de la moneda liberal». Pero «Sagasta, casi siempre, fue la cara». El riojano templó el ardor de sus primeros años y se acomodó a un progresismo de orden, renunciando al ideal republicano y aceptando el turnismo como regla del juego. Como explica Higueras, Sagasta quedó satisfecho con una lenta liberalización, «sin nunca confiar en la democracia».

Acumuló carteras ministeriales y fue siete veces presidente del Gobierno en contextos muy distintos; bajo su presidencia, España culminó su traumático proceso de desimperialización atlántica con la derrota en 1898 ante Estados Unidos, perdiendo su preciada Perla de las Antillas, además de Puerto Rico y Filipinas. Sagasta fue el rostro de su tiempo, como plasmó hasta la saciedad la caricatura decimonónica. Quizá, en una de sus últimas visitas a su tierra natal antes de morir en 1903, el viejo político –que en sus últimos años trató de recuperar su identidad y perfil público como ingeniero para fijar un legado como hombre de Estado por encima de las diatribas políticas— repasó la película de su vida como Salvatore. Aquel joven que abandonó Torrecilla para ser un funcionario público de prestigio, pronto descubrió que su ambición iba más allá de coser el nuevo Estado liberal español con carreteras y puentes: quiso gobernar, y lo consiguió. Tanto, que solo una persona ha ocupado más días que él la jefatura del Gobierno en la España contemporánea. Y es que cuarenta años de sangrienta dictadura dieron para mucho. A pesar de la estrechez de los censos electorales decimonónicos y el caciquismo rampante del sistema turnista, al menos a Sagasta lo votó alguien. Para cerrar, y como profetizó Alfredo, de Sagasta se oyó hablar y mucho. Cien años después de su nacimiento, todavía lo hacemos.

Publicidad

El Congreso Internacional Sagasta y su Tiempo se inaugura hoy día 26 de noviembre a las 16.30 horas en el Parlamento de La Rioja y reunirá a especialistas en el periodo histórico durante varios días donde pondrán escucharse conferencias y comunicaciones sobre diversos aspectos de la figura de Práxedes Mateo Sagasta y su tiempo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta especial!

Publicidad