La izquierda compleja
LA PLAZUELA PERDIDA ·
El programa de televisión 'Gran Hermano' sin duda, ha tomado el nombre de 1984, la novela de George Orwell en la que, en un ... supuesto futuro, ya que se publicó en 1949, las cámaras lo vigilaban todo y el 'gran hermano' velaba por la corrección de todos los habitantes de ese país del futuro, ya pasado. Es curioso que un izquierdista como Orwell, que estuvo en España con las Brigadas Internacionales, luchando contra Franco, escribiese sus dos grandes novelas, 1984 y Rebelión en la granja, para hacer una feroz crítica al socialismo real, de Stalin sobre todo, y a sus métodos dictatoriales –la dictadura del proletariado iba a ser algo temporal, pero jamás acabó en ese estado maravilloso y feliz en ninguno de los países que la impusieron–.
En la novela llama la atención el todopoderoso Ministerio de la Verdad, que vela para que nadie salga del camino recto y viene a ser una parodia de aquella URSS en la que Stalin hizo una gran purga dentro del Partido Comunista, juzgó y condenó a muerte a supuestos conspiradores, además de mandar al Gulag a a cientos de miles de personas.
Siempre me ha sorprendido ver cómo la izquierda –me refiero a la izquierda comunista, quizá con la posible excepción del eurocomunismo español de la Transición–, que debería ser el adalid de la libertad, acaba empeñándose en tener a todos bajo control y que nadie se salga de las normas, que son las que ellos dictan, naturalmente. En la izquierda real, la que ha conseguido alguna vez el poder revolucionario, salirse del camino recto llevaba al paredón o, con suerte, a la cárcel o a los campos de reeducación. En la actual izquierda compleja –la llamo así porque me parece que tiene una parte de la clásica y nefasta izquierda real, y no me refiero sólo al mismo gusto por las dachas, que aquí llaman casoplones, y otra parte de una izquierda imaginaria– que ha entrado en el Gobierno de España junto a los socialdemócratas, no existe el Ministerio de la Verdad, como en 1984, pero se les ven maneras que apuntan a querer controlar que se cumpla lo políticamente correcto, naturalmente según ellos. En algún ministerio, de estos de nueva creación que les han asignado, se atisban detalles de querer dirigir el pensamiento y hasta la gramática –me recuerdan a los internados franquistas, que nos amargaban la vida por nuestro bien–; y, aunque fuere por nuestro bien, o por el bien de la igualdad de género, o por el bien del igualitarismo, o por..., querer dirigir el pensamiento es ir en contra de la libertad. Se mire como se mire. El 'gran hermano', que lo vigila todo, sobra.
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