Bluf es palabra corta, sonora, directa, casi un disparo. De esas que por su resonancia ya lo dicen todo. Llega, impacta y se esfuma. Viene del inglés, sí, pero se nos ha colado en el castellano con la misma naturalidad con la que lo hacen las modas pasajeras. Todas esas que nos rodean y que terminan siendo un 'bluf'.
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Según el diccionario, bluf es un «montaje propagandístico o un engaño que da apariencia de importancia a lo que no la tiene». Una definición precisa, pero también insuficiente: bluf es más que eso. Vivimos rodeados de blufs. Y lo grave no es solo que existan, sino que nos hemos acostumbrado a ellos. Se han instalado en el discurso público, en el mercado, en los medios de comunicación, hasta en nuestras conversaciones cotidianas.
Y quizá por eso bluf tiene tanto futuro: porque vivimos rodeados de ellos. Bluf son los enormes proyectos que nunca despegan, las series que nos venden como «la mejor de la historia» y se olvidan en un mes, los influencers que se apagan en cuanto se enciende otro foco. Bluf es la gran palabra de la era del hype, del trending topic, de lo viral, de la promesa ruidosa que se derrumba al primer soplido.
Pero no todo es negativo. Bluf también nos sirve como vacuna, como recordatorio de que conviene mirar con escepticismo lo que nos deslumbra demasiado rápido. Si aprendemos a identificarlo, a llamarlo por su nombre, estaremos un poco más preparados para no dejarnos arrastrar por cada ola de humo.
No es solo una palabra útil: es necesaria. Y seguirá siendo imprescindible cada vez que necesitemos recordar que detrás del ruido y del espectáculo puede no haber nada.
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