En septiembre es agradable volver a Logroño, recorrer la calle Portales camino de mi trabajo, notar cómo va refrescando y cruzarme cada día con las ... mismas personas que también se dirigen a su labor. Pero, sobre todo, me encanta tomar café con mi amiga Pilar, compartir las cuatro cosillas del verano e intercambiar las fotos del móvil. Yo veo a Antonia, su madre, que está estupenda y parece su gemela y ella comenta el avance asombroso de mi pequeño nieto. Pero no imaginen que mi amiga Pilar y yo nos limitamos a una plácida conversación sobre familia, playa y amigos. Normalmente, en veinte minutos le damos una vuelta a la política local y nacional. Solemos discrepar bastante y, a veces, el café sabe un poquito más amargo pero al día siguiente volvemos a quedar y a estrenar una sonrisa al encontrarnos.
El caso es que ayer mismo nos enzarzamos en una discusión sobre la asistencia sanitaria en Logroño. Yo le contaba, muy indignada, que era una vergüenza que no pudiera conseguir cita con el médico de cabecera hasta la semana próxima. A ella no le parecía tan grave. Me dijo que llamara directamente al centro de salud y cómo se conoce mi vida me argumentó que si sabía que tenía que ira a por esas recetas debería haber tenido la precaución de pedirla, la cita, antes. Yo le contesté que, efectivamente, no era algo grave pero que imaginara que lo fuera, a lo que ella me soltó que para eso estaban las urgencias y no para hacer uso por temas sin importancia. Yo seguí empeñada en demostrar que esto es un retroceso y mi amiga me respondió que no puedo juzgar el funcionamiento de los servicios por experiencias personales, que si mi sobrino, que si mi primo... El caso es que me enfadé porque ella no comprendía mis quejas pero lo cierto es que le hice caso y llamé directamente al consultorio. Para mi sorpresa, me dieron la tan ansiada cita. A ella, claro, no se lo he dicho porque es lo que le faltaba, pero al día siguiente ahí estaba yo, sentada en la consulta, a las once en punto. Mientras esperaba, llegó un señor mayor y al preguntarme por la hora que me tocaba, resultó ser la misma, por lo que pensó en voz alta:
- «No importa. Tengo todo el tiempo del mundo...». Y añadió: « El que me quede».
Antes de que yo pudiera comentar algo continuó con su soliloquio: «Eso sí, tengo muchas gana de marcharme».
- Claro -le contesté-. Es normal que quiera usted irse a su casa. Aquí no se está bien rodeado de enfermos.
- No, no... si yo donde quiero irme es al otro mundo.
Lógicamente esbocé un sonrisa. El hombre me explicó que tenía muchos hijos, nietos y bisnietos, que ya había cumplido y que ahora quería reunirse con su mujer, con sus padres y con sus abuelos. También me comentó que prefería estar en una residencia de ancianos pero que no tenía dinero y que estos establecimientos eran para los que tenían mucha pasta.
Le di la razón porque me consta que no es nada fácil obtener plaza en una residencia. Seguimos hablando y le dije que ojalá volviera a ver a su familia en el más allá pero que en mi caso, como no soy creyente, no contemplo tal posibilidad. El anciano me miró sin ninguna sorpresa y exclamó:
- Pero...¿creerás en las moléculas?
Claro, creo en la ciencia, por supuesto.
Pues esto que yo digo de reunirme con los míos es una forma de hablar, ya imagino que no va a ser como en Nochebuena, será algo simbólico. Nuestras moléculas vuelven al espacio, al sol, a las estrellas. ¿Sabes que hay estrellas que ahora las vemos brillar y hace un millón de años que se extinguieron?
En ese momento el médico salió y comenzó a decir nombres, yo estaba tan concentrada en la conversación, que por un momento me pareció que era el mismísimo san Pedro en la puerta del cielo. Con gran amabilidad el doctor le indicó al hombre que pasara; estuvo dentro casi un cuarto de hora, yo podía oír sus voces y sobre todo, sus risas. La atención habría sido buena porque el hombre se despidió de mí contento. En ese intervalo pensé en lo que me había dicho mi amiga Pilar el día anterior, en la suerte que tenemos de tener esos profesionales sanitarios a nuestro servicio y en que, efectivamente, a veces, no valoro la fortuna de vivir en este lado del mundo. Así que estoy deseando verla para contarle mi pequeña aventura en el centro de salud y darle las gracias y la razón, sin que sirva de precedente. Lo cierto es que esas conversaciones me valen para cambiar de opinión y estoy segura de que a ella también porque no duda de mi afecto ni de mi respeto. Nosotras no nos dedicamos a la política, que nos pongamos de acuerdo no repercute en la vida de nadie, pero las dos somos capaces de dialogar y de reconocer que estamos equivocadas. Y si me viene todo esto a la cabeza es porque estoy atenta a las eternas negociaciones para formar gobierno y no percibo ni afecto ni respeto entre los futuros gobernantes, tan sólo intereses personales y cálculos electorales. Así que se me ocurre que se sienten en una mesa, se tomen un café y se ocupen de los problemas del hombre de las moléculas que, dicho sea de paso, mientras esté en este mundo necesita una residencia.
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