Mi padre no era republicano e ignoraba la diferencia entre república y monarquía. Por supuesto, si se lo explicabas lo entendía perfectamente, pero lo cierto ... es que el sistema de elección del jefe de Estado no suponía ninguna prioridad para él. En sus últimos años, lo que más le preocupaba era que le aumentaran un poco la pensión y los ocho euros que pagaba al mes en la farmacia, ya que le resultaba muy doloroso el copago después de haberse acostumbrado a surtirse de insulina y de su arsenal diario de pastillas de balde.
A veces he oído a personas argumentar que no son monárquicos sino juancarlistas y sin embargo mi padre podría decirse que estaba en contra de Juan Carlos de Borbón sin ser republicano. El motivo de su rechazo era simple: no le caía bien nadie que no fuera trabajador. Él sólo admiraba a los que madrugaban y con su esfuerzo físico traían a casa un jornal. Entre estos se contaban la mayoría de sus vecinos. José 'el Maestrillo', que tenía los dedos destrozados de la fábrica de viguetas; el chico de la Escarcha, que antes de incorporase a la obra iba a regar al campo; o el Mari Pili, un camionero que sólo bajaba del vehículo para meterse en la cama. Esos eran sus héroes y seguramente sería algo reciproco, porque ellos sabían que mi padre había sido capaz de descargar un tractor de estiércol después de estar nueve horas en un andamio.
Escribo aquí sus nombres porque todos han muerto y poco a poco se va borrando su memoria y su huella del barrio en el que vivieron. Los hombres y mujeres como mi padre y como yo nos vamos de este mundo en silencio y sólo nuestra familia se acuerda de que lo hemos habitado. Esto es así y es normal, porque no hemos hecho nada importante como, por ejemplo, descubrir la penicilina.
Durante cuatro décadas, Juan Carlos de Borbón ha sido la persona viva a la que más se ha rendido homenaje desde las instituciones, que han puesto su nombre a vías urbanas, edificios e instituciones en todo el país. En el callejero español, 636 calles de 584 municipios honran todavía al emérito después de que algunas administraciones hayan decidido retirarle tal homenaje. Las noticias sobre su patrimonio oculto –su fortuna no declarada en paraísos fiscales–, los regalos a su amante y su polémica salida de España, ha hecho que, en algunos sectores de la sociedad, se haya cuestionado que siga conservando semejantes honores.
En Logroño, no podíamos ser menos y también tenemos una calle que le rinde pleitesía, la Gran Vía. Reconozco que hasta ahora no me había llamado la atención especialmente este hecho, pero, como les decía, últimamente Juan Carlos de Borbón es noticia por sus «conductas incívicas» (en palabras del mismísimo presidente del Gobierno).
Yo no pido que la Gran Vía pase a llamarse de Esteban 'el Pato' o de José 'el Maestrillo'; ni siquiera de Alexander Fleming, que bien se lo merece. Yo sugiero que se llame Gran Vía de Logroño a secas. Al fin y al cabo nadie le ha llamado nunca de otro modo. Quizá, y dicho sea de paso, por motivos parecidos a la antipatía que sentía mi padre.
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