En aquellas dilatadas y ásperas conversaciones de verano del pasado 2019 que fructificaron en el apoyo de Raquel Romero para convertir a Concha Andreu en ... presidenta de La Rioja, el entonces secretario general y voz cantante del PSOE en la mesa negociadora no dejaba de repetir las dos palabras que eran su máximo deseo: gobierno monocolor. Francisco Ocón aspiraba a repetir con aquel Podemos la misma fórmula a la que se avino Izquierda Unida desde el minuto uno, un apoyo externo al Ejecutivo sobre la base de un exigente acuerdo programático.
Todo, con tal de que la vuelta de los socialistas al Palacete 24 años después de la era del PP quedara en sus propias manos, y no al albur de los caprichos, inexperiencia o tensiones ideológicas de un socio tan necesario como poco fiable. Los primeros compases del Gobierno central, también en coalición, parecían darle la razón con un Pablo Iglesias entonces personalista y desafiante con Pedro Sánchez, pero en La Rioja nunca se replicó ese escenario.
Conseguida la consejería anhelada –y todos los puestos que repartir entre los manchegos que asesoran a su titular– el auténtico éxito desde Martínez Zaporta consistió en dotarla de mínimas competencias y ganarse el silencio de Romero en el Parlamento, cuya mayor presión social ha venido por ubicar la sede de su cartera en las instalaciones del IER o el bochornoso accidente de tráfico de Mario Herrera en Nochevieja en pleno toque de queda.
Han tenido que ser su propio expartido ya en alianza con IU y con el apoyo del PP desde la Mesa del Parlamento los encargados de bajar a Romero de su mullido trono en el hemiciclo, trasladando (más aún si cabe) toda la presión a Andreu para hacer lo propio respecto a su condición de consejera y materializar, por fin, un gobierno monocolor.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión