La globalización, ese asesino silencioso
La plazuela perdida ·
Muchos se extrañarán del título de esta columna, pues se nos ha presentado la globalización como un hecho positivo para el desarrollo social, cuando no ... como el paradigma del comercio y, por ende, del empleo y la prosperidad; pero los intereses económicos que, sin duda, conlleva la globalización, no deberían ocultar los graves peligros que trae consigo. Es algo similar a esa reciente tendencia a considerar los trabajos en el extranjero como el objeto de deseo más preciado, mientras que aquellos que se quedan aquí son tenidos por personas de segunda, sin el glamour y las vivencias de los primeros.
Algo comenzó a olerme a podrido -y no solo en la hamletiana Dinamarca- el día en que comprobé que estaba comprando tomates holandeses, a la vez que se llevaban tomates españoles a Holanda. Parece ser que en eso consiste la globalización: en un inmenso trajín, de un sitio para otro, de bienes de consumo, sin orden ni concierto, con el único condicionante de un precio competitivo. Esto ha llevado a multiplicar peligrosamente el transporte internacional, terrestre, aéreo y marítimo, con el gasto en combustible que ello conlleva -sin necesidad, pues los bienes transportados ya existen en el país que los recibe-. La Unión Europea y los gobiernos parecía que se habían tomado en serio el problema de la contaminación, declarando la guerra a los vehículos diésel de los particulares, pero callan ante el transporte global, cuando se sabe que barcos y aviones son los mayores contaminantes.
Yo me hago varias preguntas: ¿Por qué se trasladan ingentes cantidades de bienes de consumo a lugares que ya los tienen? ¿Por qué los ciudadanos viajan en avión o en cruceros a Sebastopol o Vladivostok, es un decir, cuando pueden ver o tener lo mismo mucho más cerca? ¿Por qué nos empeñamos en conocer las culturas de países exóticos y lejanos, si desconocemos la nuestra, y encima lo presentamos como algo positivo y maravilloso? ¿Por qué hay que montar decenas de miles de tiendas-bazares, que llegan con el empleado incluido, con el transporte de género que eso requiere, si no hacen ninguna falta?...
Yo parafrasearía aquel antiguo anuncio de la televisión única: «Si usted puede permitirse estas cosas, el planeta no puede». Es tal la contaminación que produce este ingente transporte, sin orden ni concierto, que la globalización está llevando a la civilización al desastre. Ya no ocurre como hace unas décadas, cuando pensábamos que el planeta se iba a autodestruir en doscientos años; ahora el horizonte no llega ni hasta final de siglo. Es triste, pero nuestros nietos van a conocer el principio del fin de la civilización, tal como la entendemos; si no es el fin definitivo de todo. Compremos tomates holandeses, que ellos compran los nuestros. ¡Qué locura! Estos disparates nos llevan a añorar la autarquía.
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