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Fumarro

LA PLAZUELA PERDIDA ·

Miércoles, 25 de agosto 2021, 02:00

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Mi amigo Quintín tenía mucha imaginación. En aquella infancia de niebla en que los veranos no acababan nunca y eran una fiesta de agua y ... de cangrejos, era el jefe de la cuadrilla. Ideaba aventuras descabelladas y le seguíamos a los mundos que su afán inventaba. A Quintín le llamábamos Fumarro por su afición a los cigarros. A pesar de sus doce años, sabía echar el humo por la nariz y encontraba las mejores raíces secas, en nuestras correrías por el Háchigo, con las que simular puros habaneros y, al prenderlas y aspirar su humo negro, era el único que no tosía ni escupía. Como era sobrino de la Palmatoria, entraba al chiscón del bar y recogía colillas, que desmenuzaba para, con doble papel de librillo, formar cigarros de picadura que se colocaba en los labios mientras decía: «Esto es caldo de gallina». Como don Ángel, el jefe del Servicio Nacional del Trigo, le mandaba frecuentemente al estanco con la frase «tráeme un paquete de caldo», no extrañó a Socorro, la estanquera, que comprase por dos pesetas un paquete de Ideales. Fue cuando nos hizo aquella apuesta descabellada de que haría fumar a un animal, jugándonos dos caramelos coreanos, que tenían palito y barquillo y costaban dos reales cada uno.

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