Tribuna

Nosotras elegimos el orgullo

Claro que nuestro movimiento es político. ¿Qué si no? Porque defender derechos humanos en contextos donde se recortan es, inevitablemente, un acto político

Fran Alonso Profesor, gay, activista y miembro de Gylda

Lunes, 30 de junio 2025, 22:07

Durante el pasado fin de semana, en plenas celebraciones del Orgullo LGTBIQ+, varias personas de nuestro colectivo fueron agredidas en diferentes puntos de La Rioja. ... Una mujer trans ha tenido que ser hospitalizada tras un ataque que le provocó graves lesiones faciales. Otra fue atendida en Urgencias con contusiones en la cabeza y la boca. Y, en Logroño, minutos antes del inicio de la manifestación, uno de nuestros compañeros fue insultado y amenazado por un grupo de hombres que formaban parte de una despedida de soltero, que intentaron agredirle mientras preparábamos la carroza de Gylda.

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No son hechos aislados. Son el resultado directo de un clima de odio que se alimenta desde tribunas públicas, desde declaraciones institucionales, desde el desprecio que algunos han convertido en programa político. Por eso resulta especialmente grave que, el pasado 27 de junio, Vox Logroño publicara en la web oficial del Ayuntamiento de Logroño una tribuna de opinión en la que, una vez más, se tacha al Orgullo de «industria ideológica», de «arma política» al servicio de partidos que –según ellos– instrumentalizan a nuestro colectivo. Se caricaturizan nuestros proyectos como «macrobotellones» y se afirma que resultan «ofensivos para muchas familias». En definitiva, hacen lo único que saben hacer: construir una narrativa de deslegitimación sistemática que alimenta la violencia verbal, simbólica y, en demasiados casos, física. Y eso tiene consecuencias.

Frente a sus discursos vacíos, conviene responder con datos y con hechos. Proyectos como Morrete Fest o La Rioja Orgullo no son solo fiestas ni campañas de propaganda, como insisten en repetir. Son proyectos culturales, sociales y comunitarios, levantados desde abajo, organizados con trabajo voluntario y con el esfuerzo de personas que creen que la música, el arte, el pensamiento y la cultura del cuidado pueden transformar la sociedad.

«Hacen (en referencia a Vox) lo único que saben hacer: construir una narrativa de deslegitimación que alimenta la violencia»

Reducir todo esto a propaganda, alcohol o adoctrinamiento no solo es una falta de respeto hacia quienes lo organizamos, sino también hacia las miles de personas que participan. En las dos últimas ediciones, más de 7.000 personas se han reunido en el Revellín durante Morrete Fest, una cifra que, por cierto, supera los votos que obtuvo Vox en Logroño en las últimas elecciones municipales.

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Nuestro colectivo saca a la calle a miles de personas con cada acción, en un clima de concordia, alegría y comunidad. Teje redes, construye alianzas y pone de manifiesto la versión más auténtica, libre y abierta de nuestra sociedad. Mientras tanto, ellos se dedican a denunciar el gasto público que suponen nuestras actividades, envueltos en un falso discurso de responsabilidad, como si de verdad les preocupara la gestión de los presupuestos, la eficiencia administrativa o el interés general. No lo hacen por motivos presupuestarios. Lo hacen porque les incomoda nuestra existencia visible. Porque lo que les molesta no es que exista el Orgullo, sino que además sea un encuentro en el que toda la sociedad tiene cabida. Que siga habiendo quien levanta la voz, quien no pide perdón por ser quien es, quien cuestiona un modelo social basado en el silencio, la culpa o la represión.

Y sí, claro que nuestro movimiento es político. ¿Qué si no? Porque defender derechos humanos en contextos donde se recortan es, inevitablemente, un acto político. Pero es profundamente injusto acusarnos de instrumentalización cuando quienes nos acusan son precisamente quienes han votado en contra de leyes que nos protegen, quienes se han opuesto a la Ley Trans, quienes han minimizado las terapias de conversión y quienes, en definitiva, siguen sin reconocer la LGTBIfobia como un problema social de primer orden.

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Y sí, también recibimos financiación pública. Porque tenemos derecho. Porque nuestro trabajo genera valor, cuida, construye y salva vidas. Porque también pagamos impuestos. Y porque nadie debería tener que justificar por qué un proyecto que combate la discriminación merece ser apoyado institucionalmente.

Nosotras sabemos en qué lado estamos. Y es el lado bueno. El lado que lucha por los derechos humanos. El lado que protege a las infancias diversas. El lado que combate el odio que ellos generan. El lado que no teme exponerse, invertir su tiempo, gastar su energía, y, a veces, incluso pagar con sus cuerpos para que todas las personas puedan vivir en libertad. Incluso ellos.

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Tal vez harían bien en dejar de atacar lo que no entienden. Tal vez ya es hora de que hagan algo útil. Porque lo suyo no es oposición: es desgaste, es desinformación y es mezquindad con cargo a los recursos públicos.

Y, mientras tanto, vemos cómo nuestra acción social, organizativa y comunitaria —infrafinanciada, llena de obstáculos administrativos, sostenida casi exclusivamente por personas voluntarias— es capaz de movilizar a miles de personas en las calles, en un ambiente de paz, respeto y concordia. Frente a eso, su acción política es nula: ni siquiera son capaces de movilizar a quienes les votaron.

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Esa es la diferencia entre hacer comunidad y hacer ruido. Entre construir futuro y vivir del miedo. Entre existir con orgullo o sobrevivir del desprecio.

Nosotras elegimos el orgullo. Y no vamos a retroceder.

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