Éramos felices sin saberlo
LA PLAZUELA PERDIDA ·
Tiene que ser muy duro para un médico decidir a quién intenta salvar y a quién no por falta de material sanitario o de camas ... en la UCI –aquí no pensamos como ese epidemiólogo holandés, que parece querer resucitar una roca Tarpeya para despeñar a los ancianos, pues se queja de que en España e Italia se les lleva a las UCI, en vez de dejarles morir–. También es duro comprobar que, en otros países, hacen más pruebas que pueden poner sobreaviso a posibles difusores del virus. Tiempo habrá, cuando pase este mal sueño, de analizar esas cosas y, si se confirmasen, hacer caer a los gobiernos responsables de tanta imprevisión; ahora toca estar unidos, cumplir las normas y remar todos a la vez para llegar a buen puerto. Sin embargo, de esta pesadilla se pueden sacar conclusiones positivas:
La primera es que quedan personas a quienes no les importa arriesgarse por los demás, lo cual nos reconcilia con la especie humana, que tantas veces ha dado muestras de un egoísmo atávico y genético, pero que, a veces, nos sorprende con estos casos de entrega y altruismo. ¿Cambiará la sociedad, cuando salga de esta epidemia del coronavirus? Sería bonito que así ocurriera, que nos encontrásemos con una sociedad más justa, solidaria y bondadosa en la que primasen las virtudes cardinales y teologales sobre el falso bienestar personal; sin embargo, a pesar de nuestros héroes anónimos que luchan contra la enfermedad, no tengo mucha esperanza en que eso ocurra. Ni la historia ni la naturaleza humana invitan al optimismo. Ojalá me equivoque, pero creo que volveremos a nuestros particulares reinos de taifas y a nuestras vulgares miserias humanas. Igual que observo que muchos amigos de las ideologías siguen con sus luchas intestinas, a pesar de la situación.
La segunda conclusión es que éramos felices y no lo sabíamos. Siempre se ha dicho que se puede ser muy feliz unos instantes, ligeramente feliz más tiempo, pero que nadie es muy feliz siempre; se acepta que la felicidad está en las pequeñas cosas cotidianas, esas que la cuarentena obligada nos ha hecho perder y que ahora echamos en falta. Sí, seríamos felices estando como antes, aunque no lo apreciásemos.
Otra conclusión es que las redes se han llenado de artistas: cantantes, escritores... que intentan, con mayor o menor acierto, expresar sus sentimientos por medio del arte. Lo cual, al margen del acierto, es un punto de esperanza; como es un canto a la esperanza que los profesores del Instituto Sagasta hayan realizado un vídeo, que está colgado en la red, en el que cantan y bailan para animar a sus alumnos en la distancia. Una buena iniciativa que aleja hircocervos y pesares. Puede ser un síntoma de que algo está cambiando. A pesar de todo.
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