Ahora, en estos tiempos de septiembres cálidos, parece que lo suyo sería hablar de los nuevos comienzos, de los soles ya más tibios pero amables, ... de las mañanas frescas y de los píos deseos de todos para empezar un nuevo año, esta segunda oportunidad de cumplir nuestros sueños, los anhelos, los retos y las aventuras que ya teníamos apuntadas en enero, pero que desde esos lejanos días hemos ido postergando por pereza, por aburrimiento o por temor paralizante al fracaso. Parece que tocaría escribir del futuro que se nos abre prometedor, o al que nos conjuramos con esperanza, pero ¿cómo hablar de todo eso si en Gaza siguen matando a miles de personas, masacrando a una población que es incapaz en esas circunstancias de pensar tan siquiera en el día siguiente, angustiados por un futuro que no existe?
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En estos septiembres parece que se podría escribir con nostalgia de los mares que vimos hace pocas semanas, las cálidas aguas del sur, las bravas mareas del norte cantábrico, el mar candente del levante; hablar de esas tardes de terrazas en el paseo náutico entre palmeras o tamarindos, cuando veíamos zarpar un velero ligero o el imponente yate de un magnate que se solazaba en la proa con una copa de champan, pero ¿cómo escribir de esos recuerdos amables si hay barcos que salen a la mar a salvar vidas y hay quien pretende hundirlos en lo profundo de ese cementerio de agua que es ya el Mediterráneo?
Ahora que volvemos a las rutinas y los tiempos calmos del día a día, podría hablar de los libros que he disfrutado en verano y todos lo que tengo esperando a que llegue su hora, de las noticias y los reportajes que he leído en agosto; de los artículos de opinión en el periódico o de los programas de la radio o la televisión que nos traen las realidades, pero, ¿cómo hacerlo sin recordar los periodistas asesinados en tantos países tan solo por hacer su trabajo, donde se callan las bocas y se silencian las conciencias, y se deja a la verdad oculta tras los bulos y las mentiras?
Llega septiembre y empieza el delirio de las competiciones, de los fichajes de cientos de millones, cifras astronómicas para usted y para mí, pero de las que se conversa sin complejos en bares y estaciones de metro; tiempo de comprobar las alineaciones de los equipos, de preparar la equipación de los hijos, las bufandas para ir los domingos al fútbol, como si todo fuera posible, como si todo siguiera igual, pero ¿cómo hablar de todo eso sin pensar en esa parte del mundo donde se mantiene el bramido de las bombas, la angustia silente de los deportados sin garantías, el miedo de los sin techo, la persecución feroz y sin complejos de los diferentes, entre las cenizas aún humeantes de los bosques arrasados?
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Podría escribir las palabras más evocadoras, de recuerdos cálidos y sobre futuros prometedores, podría olvidarme del ruido y la furia, de la violencia, la indiferencia y el silencio cómplice de tantos, yo incluido, mecido por la confianza de nuestro presunto estado del bienestar, que poco a poco se va difuminando, pero ¿cómo?
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