Francamente, me fascina escuchar a los enamorados que pasan de los setenta y se reciclan en el espinoso tema de entregarse a alguien después de ... años de viudez o de lo que fuera, como le pasó a mi compañera de rehabilitación, una mujer llamada Adela. Pertenece a una generación que bailaba poniendo su brazo como si fuera el incorrupto de Santa Teresa y cuyo control de la sexualidad era muchísimo más intenso que el del azúcar. Con los años, y la soledad pisando sus talones, Adela acudió a ese mercado de las segundas oportunidades que ofrecen las redes y en las que, gracias a la tecnología, puede evitarse la censura de la visión de la superficie de la vejez.
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Chateó hasta la madrugada, tecleó como si fuera a presentarse a una oposición de la Diputación y franqueó barreras de pudores antiguos que renovaron su esperanza... Tenía tantas cosas que contar que apenas necesitaba respuestas. Las fotos no llegaron hasta varios meses después, cuando su corazón ya había sido conquistado y el cerebro volvía a escupir dopamina; la abuela se había 'ciberenamorado' de un médico jubilado que entregaba su vida a los refugiados palestinos de un campo jordano. Los hijos comenzaron a preocuparse cuando Adela formó parte de las protestas contra el genocidio y los nietos celebraron que esa generación volviera a las calles. Lo hablaron con su médico de cabecera, vigilaron los horarios e incluso retomaron la costumbre de comer los domingos con ella. Afortunadamente las amigas de Adela, no sé si para no perderla o porque tenían la mosca detrás de la oreja, empezaron a vigilar la enajenación transitoria por la que pasaba. «Si te has enamorado, pues disfruta, pero estate atenta. Si te pide dinero para los refugiados, para el campo o para viajar, desconfía». Y la pareja virtual siguió adelante con obstinada voluntad, hasta que llegó la petición de fondos. Adela dejó de hablar del médico y contestaba de forma evasiva a las preguntas. Dejó de arreglarse, de ir a tomar ese prolongado descafeinado por la mañana con sus amigas y renunció a los diez mil pasos que daban comentando la actualidad.
Hace unas semanas la operaron de la cadera y ahora, cuando coincidimos, se abre las carnes y me habla de ese cerebro capaz de funcionar como a los treinta años, si se riega con amor. Con precisa sabiduría, Adela enumera las clases de amor que ha conocido y las que no ha probado porque no le alcanzaron las fuerzas, ni la valentía, para saltar las vallas que le impedían llegar a su deseo. «Ahora entiendo lo importante que es hacer cada cosa a su tiempo».
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