Roberto Saviano ha obtenido «justicia» despues de 17 años y yo me he tragado los reportajes y las imágenes en los periódicos digitales con una ... barra de hierro atravesada en el pecho y llorando a moco tendido. Justicia es una palabra que debería aplacar la angustia que precede a la espera de ella, pero a Saviano, la sentencia que condena al capo del clan de los Casalesi y a su abogado que, en 2008, lanzaron la amenaza de muerte contra el escritor, no le ha liberado.
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En la sala donde se juzgaba el caso, la jueza leyó la sentencia, mientras el escritor esperaba con las manos en la cara unas palabras que no era capaz de aguardar sin descuadrarse. Cuando por fin escuchó el veredicto rompió a llorar con una congoja que ni el abrazo de su abogado pudo contener. La sala se fue desalojando y su llanto prosiguió en medio de un silencio salpicado por los quehaceres de los funcionarios. No tuvo el abrazo de un amigo, de una novia, de un hermano o de una madre, estaba solo, como desde hace 17 años, solo, porque él no quería condenar o comprometer a quienes le amaban.
El escritor tiene 45 años y una barba canosa, es un hombre guapo, con éxito profesional, pero como él mismo ha dicho, con una tristeza e impotencia incontenibles. Lo veía llorar y por mi cabeza pasaba esa condena que no le ha permitido experimentar la libertad de la juventud, del amor a deshoras o del bendito azar redentor. No pudo acompañar a un amigo en sus instantes finales, ni acudir a una boda. Saviano va escoltado y representa el precio que puede pagar quien decide desenmascarar o hacerse eco de la verdad. Este hombre ha comprobado en sus carnes la inutilidad del riesgo, la determinación de unos valores que mueren en brazos del chantaje y la soledad y el aislamiento de una sociedad que no quiere 'problemas'. Nos representa a todos y su llanto era también mío y de las veces que me he mordido la lengua envenenándome porque tenía que comer, pagar facturas o dejar a mis hijos lejos de mis pesadillas.
La ley es, finalmente la única esperanza a la que se agarra alguien amenazado, por eso quien representa la ley debe ser respetado, sobre todo, por aquellos que ejercen el poder y malinterpretan las actividades de la Fiscalía o el Supremo. Saviano tenía 29 años cuando publicó 'Gomorra' y en los últimos tiempos no ocultaba su estado anímico, sino que hablaba sin paños calientes de su intento de suicidio y de lo imposible y demencial que le resultaba su vida. En la puerta del juzgado ha dicho con amargura a los periodistas: «Me han robado la vida».
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