EL MAL
S e suele considerar a Jack el Destripador como el primer criminal mediático porque, a pesar de que no fue el primer asesino en serie ... de la época moderna, los periódicos ingleses entendieron el morbo que suscitaba y por eso trataron la información como si fuera un serial, un folletín homicida que ocurría de verdad. Hoy pervive el mito, los chavales dicen su nombre aunque sea como una especie de chiste, y de vez en cuando aparece una película, una serie o un libro con supuestos datos nuevos que en realidad hacen más densa la niebla.
La fascinación por el crimen es consustancial al ser humano, de ahí el reciente éxito de la serie 'Mindhunter', cuya segunda temporada ha provocado que se vuelva a publicar en España 'Helter Skelter', un trabajo hipnótico sobre Charles Manson que aquí estaba descatalogado desde hace cuarenta años. «Había tanto silencio -diría después una de las personas que cometió los asesinatos- que casi se oía el tintineo del hielo en las cocteleras de las casas a lo lejos, cañón abajo».
En esta España siempre fratricida, la periodista Paula Corroto acaba de publicar 'El crimen mediático', un libro con el que intenta acercarse a las razones por las que nos atrae tanto la información criminal y la crónica negra. Corroto expone testimonios valiosos, desmenuza algunos de los sucesos más mediáticos de los últimos años y analiza el tratamiento informativo que les han dado los medios a casos terribles y muy recientes en la historia de España.
Sea cual sea el crimen, la información de sucesos nos despierta un interés que es inseparable de nuestra naturaleza porque queremos respuestas, buscamos motivos y piezas con las que terminar el puzle, y leer un nuevo dato es como encender una cerilla en un túnel. También está esa gente que anda siempre buscando excusas para el criminal: enfermedades mentales o enajenaciones transitorias o consumo de drogas, lo que sea; hay quien tarda en comprender que, sencillamente, el mal existe en el mundo. Corroto defiende en su libro que el interés del público no ha cambiado, pero sí lo ha hecho la manera en la que consumimos esas informaciones. Y dice otra gran verdad: que en todos estos casos, desde Jack el Destripador hasta Ana Julia Quezada, los grandes olvidados siempre acaban siendo las pobres víctimas.
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