¿Don de la ebriedad?
LA PLAZUELA PERDIDA ·
Don de la ebriedad es el título de un libro de poemas de Claudio Rodríguez que, en su momento, además de lanzar a su autor ... hacia el reconocimiento como uno de los grandes, me hizo admirar una nueva poesía a medio camino entre el realismo terrenal y la mística. Esto de considerar la ebriedad como un don puede parecer una licencia poética que redondea un buen título, y tal vez así lo fuera en este caso, o tal vez no, pero ha habido movimientos literarios y artísticos y, por supuesto, casos particulares que han hecho de la ebriedad un medio, algo así como una fuente de inspiración para sus quehaceres artísticos, aunque sea inspiración chapucera. Pablo Picasso ya decía que las musas, o sea la inspiración, existen, pero que es muy conveniente que cuando acudan te encuentren sentado y trabajando.
Esa especie de mundo bohemio, de artistas y escritores bebiendo, entre humo, en largas madrugadas, he de reconocer que tiene su encanto, visto desde fuera y como motivo literario, pero dudo mucho que ayude a conformar una trayectoria a quien le falta talento, o a mejorarla a quien si lo tiene. Tuve un amigo de universidad, que me ganaba en aquellos lejanos premios literarios de nuestra juventud y que apuntaba talento poético, que alargó sus estudios, introducido en la bohemia de alcohol, tabaco y noches eternas y al que perdí la pista. Volví a encontrarlo, veinte años después, en la fotografía del suplemento cultural de un importante diario nacional, que hablaba de poetas malditos que no habían conseguido el éxito, pero seguían intentándolo. Me costó reconocerlo, pues su físico estaba un tanto deteriorado, y leí que seguía con aquella vida bohemia. Algo parecido me pasó con un famoso cantante, que nos levantaba de los asientos con su potente voz y su canción protesta, en la agonía del franquismo, cuando años después acudí a un concierto nostálgico y me dieron pena tanto su voz como su físico, arruinados, según se comentaba, por el tabaco y el alcohol. También recuerdo a un famoso poeta, al que se le trababa la lengua en un recital en el Ateneo, que nos hizo sufrir a los asistentes, pendientes de si conseguiría acabar sus lecturas o se derrumbaría sobre la mesa; pero el recuerdo más vívido es el de un admirado y consagrado poeta, a quien acompañé a cenar, tras una lectura pública de sus poemas, y luego a tomar una copa; y que, a las tres de la madrugada, me hacía rezar para que los bares estuvieran cerrados, pues se empeñaba en tomar la última, que siempre era la penúltima, y yo debía dar clase a mis alumnos de Bachillerato a las nueve de la mañana.
No cabe duda de que 'Don de la ebriedad' es un hermoso poemario, con un buen título, pero mucho me temo que la ebriedad no es ningún don. Más bien es un castigo.
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