Del dicho al hecho
LA PLAZUELA PERDIDA ·
Ya dice el refrán: «Del dicho al hecho va un trecho», que viene a decir lo mismo que el otro adagio más añejo: «Una cosa ... es predicar y otra dar trigo». Saco a colación estos conocidos refranes porque estamos en una época en la que parece que importa más el dicho que el hecho, la promesa que su cumplimiento. En este mundo de redes sociales, medios de información digital y demás inventos de internet, el ciudadano recibe un exceso constante de información, que le cuesta procesar y, mucho más, seleccionar con espíritu crítico, información que resulta obsoleta en un breve plazo de tiempo, por lo que no permanece en la retina de la memoria. Creo que este hecho ha sido hábilmente utilizado en política, porque los dirigentes han tomado conciencia de que lo importante no es lo que se hace sino lo que se dice, ya que es el momento de propaganda lo que resulta útil. Así, creo que estamos en la década de más promesas incumplidas de la democracia; esto, que debería ser de gravedad dimisionaria, lo aceptamos como cosillas de la política que ya se sabe... Podríamos poner muchos ejemplos de este 'decir, pero no hacer', aunque no merece la pena porque todo el mundo los conoce y los detesta, de los últimos Gobiernos de distinto color, aunque quizá el actual se lleve la palma.
La cuestión es por qué hemos llegado a esta situación, en la que parece que no importa decir mentiras o medias verdades a los ciudadanos, quizá porque se han dado cuenta de que la memoria del votante es bastante frágil y olvidadiza. Yo tengo la teoría de que es por la imperiosa necesidad que tienen los partidos políticos de ganar las elecciones, como si fuera un mandato divino. Detrás de las cúpulas, hay miles y miles de militantes que aspiran a un puesto de responsabilidad, o simplemente de trabajo, y, ante eso, todo lo demás pasa a segundo plano. Como decía el sabio de Hortaleza, el entrenador Luis Aragonés, solo importa «ganar y ganar y volver a ganar», casi al precio que sea; por eso vemos esa continua, incesante y exagerada confrontación, que roza el ridículo y llena de hartazgo a los ciudadanos, en la que todo lo que hacen o proponen los tuyos está bien, mientras está mal todo aquello que proviene de los otros. Así, llegamos al sinsentido de la gran cantidad de asesores gubernamentales –según el Boletín Estadístico del Personal al Servicio de las Administraciones Públicas, Aznar contaba con 460 Rajoy con 599, Zapatero con 648 y Sánchez con 764–, o si he de pactar con otro para formar gobierno y me exige ministerios, en vez de darle de los míos, amplío su número, pues no puedo suprimir puestos políticos para los camaradas.
A mí me parece que así se desvirtúa la democracia, además de transformar al servidor público en un lastre. ¡Qué pena!
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión