Un desastre anunciado
LA PLAZUELA PERDIDA ·
Que la gestión de la pandemia en España es un desastre, tanto en las autonomías de cualquier color como en el Gobierno de la nación, ... es un hecho constatable y a las pruebas me remito, pero la incógnita a despejar es el ¿por qué? Es evidente que no aprendimos lo suficiente de la primera oleada; la mayoría de ciudadanos aprendimos unas nuevas formas de comportamiento, pero los dirigentes parece que continúan a remolque de las circunstancias, sin anticiparse gran cosa a la tozudez de los hechos.
¿Por qué somos el peor país de la Unión Europea en contagios y en prevención? Unos dicen que es nuestra forma de ser, muy dada al contacto social y a reunirse con amigos y familiares. Algo de razón tienen, como también la tienen quienes culpan al hedonismo y egoísmo de muchos españoles, incapaces de renunciar a su forma de vida anterior: vacaciones como si no pasara nada, ronda habitual por locales de ocio, bebidas o restauración, reuniones multitudinarias... Otros dicen que es por no cumplir las normas; en el fondo es lo mismo: muchos actúan como si no pasara nada.
¿Por qué los políticos no toman las medidas adecuadas para dejar de ser el furgón de cola de Europa? Cuando una persona sensata se queja de la ineptitud política ante la pandemia, por ejemplo en las redes sociales, aparecen los defensores de los políticos, como si hubiese una orden para que la militancia defienda a sus jefes e intenten ridiculizar a los críticos. Este seguidismo hace mucho daño, pues la crítica es necesaria para mejorar.
Vayamos al nuégado del asunto: ¿Por qué los políticos reaccionan tarde o mal? En los hospitales vuelven a quejarse de carencias; el comienzo del curso escolar no parece muy halagüeño... Unos dicen que el Gobierno se ha lavado las manos, dejando que cada comunidad haga lo que quiera; otros dicen que todos dan palos de ciego, a ver si aciertan, y algunos dicen que es incapacidad, que eso de que cualquiera sirve para un alto cargo no es cierto, que la gente valiosa no suele llegar a las cúpulas de los partidos y que, si alguno llega y destaca, se apañan para que se vaya. También dicen que la capacidad intelectual, el buen uso del idioma y los conocimientos de retórica, en vez de la verborrea habitual, no se perdonan en esta política actual.
¿Quién tiene razón? Lo dejo a elección de los lectores, pero añoro los tiempos en que los altos cargos políticos eran una especie de premio para los más capaces: Fraga, Suárez, González, Carrillo; y Peces Barba, Herrero de Miñón, Roca, Anguita; e incluso Sáenz de Santa María o Solbes. Seguro que estarían todos al unísono luchando contra la pandemia. ¡Qué envidia de otros tiempos políticos! Y, encima, éramos más jóvenes.
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