Coronavirus, negocio y salud
La Plazuela perdida ·
No busquemos culpables, somos nosotros, que movemos absurdamente mercancías y personas y permitimos que la salud vaya por detrás de «el negocio»Hay un dicho, repetido hasta la saciedad, con distintas variantes, pero que vienen a decir lo mismo: «La salud es lo primero», «Lo que importa ... es la salud», «Si no tienes salud, el dinero de poco vale»..., y que confirman que, para la inmensa mayoría de las personas, por no decir todas, la salud está por delante, como no podía ser de otra manera, de cualquier otra cuestión. Sin embargo, esto contrasta con la realidad, que se empecina en demostrar que, incluso, la salud pasa a segunda plano ante lo que podemos llamar «el negocio». Sí, sé que suena mal, que suena a falso, por la evidencia de que para cualquiera la salud es lo más importante, pero, insisto, siempre que no esté en juego «el negocio», el dinero.
Pongamos un ejemplo habitual: Si aparecen veinte enfermos repentinos, pongamos por caso, de gastroenteritis, motivado por comida en mal estado, en una boda o en cualquier fiesta o reunión, el ruido mediáticio suele ser enorme, se buscan causas, culpables... y se pone en valor lo importante que es la salud y lo que hay que cuidarla; pero si el daño lo produce, por ejemplo, un fitosanitario agrícola -antes se les llamaba venenos, que era mucho más gráfico- y se acaba con la vida de un río o, como ocurrió en la Manga del Mar Menor, se muere el mar, aunque el peligro sea mucho mayor que el de la boda, parece que no se le da tanta importancia; o, como ocurre a menudo, conocemos productos cancerígenos que no se prohiben porque perjudicarían «el negocio», el tabaco, sin ir más lejos, y otros muchos.
Ese anteponer «el negocio» a la salud se empieza a ver también en el caso de esta gripe asiática, conocida como la gripe del coronavirus. Supongo que estas epidemias son inevitables, desde que se ha impuesto la economía global, que conlleva también un modo de vida global. En épocas pasadas -y no me refiero a la Edad Media sino apenas a cincuenta años atrás- un brote epidémico de estas características no saldría de la zona en que apareció, en este caso de la región china tan famosa ahora, pero ahora, con ese movimiento incesante de mercancías y personas, la expansión del virus está garantizada. Y esto nos lleva a dos reflexiones: por un lado, lo fácil que sería controlar la pandemia, si se eliminase el movimiento de mercancías y personas durante un tiempo, pero «con la Iglesia hemos topado, Sancho», eso supondría ir en contra de «el negocio» y ya sabemos que, mientras no se demuestre lo contrario, «el negocio» pasa por delante de la salud; por otro lado, la reflexión sería sobre la propia globalización, sobre qué sentido tiene ese transporte innecesario y absurdo de, por ejemplo, patatas y tomates a Sebastopol, mientras nos llegan a España los tomates y patatas del figurado Sebastopol. Estas cosas nos hacen a algunos añorar la autarquía y realzan la necesidad de consumir productos de proximidad.
Y el mayor desatino, desde mi punto de vista, es ese modo de vivir, que se ha instalado en las actuales sociedades, basado en viajar sin necesidad, en no entender el ocio si no es viajando a países, cuanto más lejanos mejor, aunque se contamine sin orden ni concierto y exponiéndonos, por falta de cabeza, a epidemias como esta gripe asiática del coronavirus. No busquemos culpables, somos nosotros, que movemos absurdamente mercancías y personas y permitimos que la salud vaya por detrás de «el negocio». Bastante por detrás.
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