Confinamiento infantil
LA PLAZUELA PERDIDA ·
Ahora que se habla tanto de confinamiento, a raíz de la batalla Ayuso-Sánchez, lucha acabada sin vencedor y con dos culpables –ya ha sido ... representada por 'Los garrotazos' de Goya, como símbolo e imagen del odio cainita entre españoles y que me trae a la memoria la frase «entre todos la mataron y ella sola se murió»–, me llama la atención la excesiva importancia que se está dando a la situación, desde el punto de vista de la salud mental. Han aparecido numerosos artículos, algunos bastante alarmistas, sobre la influencia de la pandemia y, en especial, del confinamiento en la salud mental de los ciudadanos. Así, pueden leerse titulares como: «Salud mental: ¿la próxima pandemia?» o «La pandemia se lleva por delante la salud mental». Me ha sorprendido especialmente la cantidad de artículos que relacionan la nueva forma de vida, originada por la pandemia, con problemas psicológicos en los niños.
Es cierto que los niños han visto modificados algunos de sus hábitos y sufrido el confinamiento, pero que les produzcan problemas mentales me parece excesivo, aunque doctores tiene la santa madre Iglesia y no seré yo, un profano en la materia, quien les lleve la contraria, aunque sí me gustaría hacer una comparación. En mi infancia, los niños íbamos siempre con el codo preparado para protegernos la cabeza: nos pegaba el maestro, si leíamos mal, con un escantillón mimbreño de madera; nos pegaba el cura, dos sopapos o un retorcijón de mejilla, si hablábamos en la iglesia; las monjitas nos colgaban de una percha, si nos portábamos mal –a alguno le quemaron la mano en la estufa por contar un chiste verde («si no resistes el hierro caliente, cómo vas a resistir las penas del infierno»); de algún sarmientazo en las pantorrillas no nos librábamos en casa si hacíamos picias y cualquier hombre te gastaba la broma de tirarte del pelo de las patillas. Luego, en el internado, con diez u once años, estábamos tres meses sin ir a casa y con el castigo y la torta limpia como método de enseñanza. ¡Lo que hubiéramos dado por cambiar 15 días de internado por un confinamiento en casa! Y a la inmensa mayoría no nos pasó gran cosa. El otro día, un colega catedrático, compañero de aquel internado en la educación católico-franquista de la época, me decía: «Oye, no salimos tan mal, después de todo».
La impresión que yo tengo es que un niño se adapta a casi todo, que los trastornos mentales no se los produce un buen o mal trato, sino un trato diferente. Si a todos se les trata igual, aunque sea mal, el niño lo acepta resignadamente; otra cosa es señalarlo como distinto a los demás. Ahí si puede haber daño. ¿Un confinamiento de un mes en casa? Para mí lo hubiera querido en el internado.
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