La ciudad envuelta sobre sí misma
A finales de 2021 se convocó un acto entre vecinos del Casco Antiguo para dar un toque de atención ante la situación de sus calles. ... Aunque sobrevolaba una queja general por las molestias que ocasionaba la hostelería, los vecinos denunciaban también la degradación de la zona, la suciedad con «plaga de ratas», la sensación creciente de inseguridad y el abandono de las autoridades competentes. Se reunieron con sus mascarillas, debatieron y como gesto de protesta colgaron ristras de pimientos rojos en sus balcones. Luego nos fuimos adentrando todos en la nueva normalidad y el deterioro siguió, sedoso e inexorable, y volvieron a desembarcar las despedidas de soltero que desfilaron de nuevo en procesiones grotescas bajo unos pimientos rojos a los que ya solo el viento hacia un poco de caso.
Yo he podido aprender mucho sobre la naturaleza humana durante los años que he vivido por ahí; tuve asiento en primera fila y he asistido al espectáculo eléctrico y decadente de peleas, prostitución callejera, adictos dando alaridos entre el tráfico, trapicheos incesantes y otras muchas cosas que escritas parecerían mentira; como dijo Marco Polo después de su viaje a Oriente «y no os conté ni la mitad de lo que vi». Pero es cierto, hay una ciudad envuelta en otra, doblada sobre sí misma en un fenómeno mágico de indiferencia mutua que solo los más tercos o valientes intentan desenvolver; las infraviviendas, los narcopisos, o esos clásicos mendigos bebiendo en pleno centro de la capital son nuestras manchitas de grasa en el traje de la boda, agujeros negros como esos pozos ilegales que hay en Doñana en un submundo invisible que todo el mundo conoce y que es mejor no mirar.
A veces un suceso como el de esta semana termina por dar la razón a esos vecinos heroicos. «Todos sabemos lo que hay en ese agujero», han contado uno tras otro en el periódico. Por temor lo dicen sin dar sus nombres y eso es también revelador. La mayoría se ha cansado de quejarse, hay otros que quieren irse y todos han contemplado el enésimo fracaso de los servicios sociales y policiales, porque cuando no se hace cumplir la ley toda nuestra arquitectura de derechos y libertades se convierte en bistuería, ruina, chatarra de mercadillo. La única explicación a esta dejadez está en el acuerdo tácito que tienen las instituciones con la delincuencia de baja intensidad, un pacto inestable de no agresión a cambio de obtener paz social mientras sus actividades no se noten demasiado. Después ha habido concentraciones, lecturas de manifiestos y mensajes de mucha consternación, palabras hermosas lanzadas desde un altavoz a esta capital que cuida, a la región más acogedora del mundo. Por un rato se ha desplegado la ciudad oculta que está envuelta sobre sí misma, pero ha sido como el doctor que abre al paciente en quirófano para mirar el tumor y volver a coser la piel. No sé si siguen los pimientos meciéndose en algún balcón; seguro que alguno queda.
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