Como descendiente lejano de los berones y pelendones, tribus que habitaron La Rioja en época prerromana, exijo a la Señora Meloni, presidenta italiana, que pida ... perdón por la invasión cruenta de Roma en estos territorios. Y como, casualmente, también desciendo de los romanos invasores, exijo a los reyes de Noruega, Países Bajos, Dinamarca y al canciller alemán, sucesores a su vez de godos y visigodos, que pidan perdón por la invasión de sus antepasados a la Península Ibérica, masacrando a los restos de las legiones romanas y a parte de la población. Y qué decir de los musulmanes, que invadieron los reinos de los visigodos –de los que también desciendo–, arrasaron el suelo patrio y se asentaron aquí durante 700 años, y eso que venían de visita. Por tanto, con toda la indignación, tipo mejicana, que me invade, exijo que pidan perdón por esa barbarie los descendientes de aquellos invasores: el rey de Marruecos, el ayatolá de Irán y los presidentes de Libia, Túnez, Argelia, Irak y Turquía, como mínimo. Y al señor Macrón que no se le ocurra venir a España mientras no pida perdón por la invasión francesa de principios del siglo XIX, en la que las tropas napoleónicas mataron a muchos compatriotas y destruyeron cuantas obras de arte encontraron a su paso. Y yo también pido perdón, por si, con este sucinto repaso histórico de tanta invasión cruenta, también he invadido el derecho a ciertas reclamaciones históricas, que los afectados reivindican ahora, 500 años después, en perfecto castellano.
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