Estamos en las semanas de la caja de cartón, cuando tanta gente anda por las consejerías y las dependencias municipales recogiendo la grapadora, el portalápices ... y la foto de las vacaciones para vaciar la mesa y dejar la oficina silenciosa y fantasmal, lista para sus nuevos ocupantes. Es la vieja noria de los cuatro años en la que se montan los políticos y sus cargos de confianza; después del ir subiendo y subiendo la cesta vuelve poco a poco hacia abajo hasta que se acaba el viaje y de repente se encuentran detenidos en el punto de partida, se abre la portezuela y toca volver a pisar el suelo.
Hay muchas formas de largarse y yo me acuerdo de aquella vez en Salamanca en la que celebramos a la vez las despedidas de solteros de dos amigos. Después del fin de semana devolvimos las llaves a la dueña del piso turístico metidos todos en los coches con el motor encendido para largarnos antes de que la mujer abriera la puerta del apartamento y pudiera contemplar lo que había pasado ahí. Hay retiradas silenciosas como la de Neil Armstrong que después de convertirse en el primer ser humano en pisar la Luna y hacer una gira mundial por 45 países como la persona más famosa del planeta abandonó la vida pública, se mudó a una granja de Ohio y dedicó el resto de su vida a impartir clases de ingeniería en la Universidad de Cincinnati. Pero esto no está al alcance de todo el mundo y por eso estamos viendo retiradas estruendosas como la de Ada Colau, que ha llevado su circo ambulante hasta el último minuto proponiendo una especie de alcaldía rotatoria entre tres partidos políticos en un modelo cooperativista muy de la ciudad condal del siglo XXI ('Barcelona obre camí' fue el lema de su campaña); la corrala de 'Sálvame' se queda corta con la clase de esperpentos que nos ofrece esta gente.
En momentos de relevo hay dos posibilidades: entregar las llaves de la ciudad como Boabdil a los Reyes Católicos o quemar apresuradamente los documentos en la papelera del despacho y subir corriendo a la azotea para huir en helicóptero como los americanos tras la caída de Saigón. No hay mucha sintonía en el relevo del ejecutivo riojano y puede que se acabe pareciendo más a ese segundo escenario, aunque todo estará aliñado con palabras amorosas como las que se escucharon el Día de La Rioja en San Millán de la Cogolla. Es cuestión de horas comprobarlo y yo espero que haya algo de espectáculo, como cuando Javier Sardá abandonó el programa de Ferrán Monegal después de una discusión acalorada y fascinante: Sardá hizo algunos aspavientos, se levantó de la mesa, plantó un gran beso en la frente de su entrevistador y se fue tranquilamente por donde había venido.
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