Camarada Legásov
En la escena del juicio de la serie 'Chernobyl', el camarada Legásov acaba admitiendo los hechos: «Mentí, y no fui el único, sólo seguíamos órdenes ... del KGB y del Comité Central». Ante las objeciones del jurado, el científico prosigue: «Cuando la verdad ofende nosotros mentimos y mentimos hasta que no recordamos la verdad. Pero sigue ahí. Cada mentira que contamos es una deuda con la verdad». Recordé esa escena por el quilombo de los datos, que es el penúltimo capítulo de nuestra zozobra. Tezanos dice que no hay que confiar en las encuestas, y eso, que parece el chiste malo de un cínico, va a ser una gran verdad. Ese modelo del CIS se ha trasladado a la curva de la epidemia, que ya es imposible de entender porque se cambian los criterios de los muertos e infectados, no se dan datos de altas ni de los casos activos y no se explica por qué.
Es triste perder la capacidad de sorprenderse; ir a un concierto y bostezar, o acudir a Gorgorito para acabar anticipando las frases y los estacazos es una cosa espantosa. La gestión de la pandemia ha terminado por ubicarnos ahí, en esa fila del público en la que se colocan los que miran el reloj mientras en el escenario el mago saca tres palomas de un bolsillo. Ocurre como con la serie 'Perdidos', que en las últimas temporadas tenía tantos giros de guión y tantos contrasentidos que acabó por consumir nuestra capacidad de asombro. Por favor, que aparezca algún Legásov por aquí.
Estamos de luto sin ni siquiera saber a cuántos muertos honramos, y esto mientras sigue el ruido del escándalo Marlaska. Mi amigo Sergio, que pasó algunos años trabajando en Argentina, me decía esta semana: «Carlos, me empiezo a dar cuenta de que aquel tiempo en Argentina en realidad fue un viaje al futuro de España». Yo me sorprendí de haberme sorprendido por su frase, tan lúcida y tan sombría que me vino a la cabeza lo del capitán Alatriste: «Pues, desde siempre, ser lúcido y español aparejó gran amargura y poca esperanza».
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