Se sabe que, en un sistema cerrado con comida en abundancia, cualquier colonia de seres vivos sigue el mismo esquema: Al principio, se multiplica, luego, ... estabiliza su población y, finalmente, muere envenenada por sus propios residuos –esto se ha demostrado en laboratorio; el último experimento del que tuve noticia fue con la mosca del vinagre–. Mientras no se conquiste el espacio, la tierra es un sistema cerrado y tiene comida en abundancia, aunque no la reparta bien. Esto ha llevado a que se multiplique la población humana, aunque ya da síntomas de estabilización, y, si seguimos así, pronto desapareceremos, envenenados por nuestros propios residuos; ya se ven los mares llenos de basura y plásticos, la contaminación avanza, etc.
Lo curioso del asunto es que todo se ha desencadenado en el último siglo y, si me apuran, en los últimos cincuenta años. Un millón de años sin tener problemas medioambientales y, en menos de un siglo, nos podemos cargar la vida humana. Esto me lleva a una reflexión: Cuando yo era niño, en mi pueblo no existía la basura como tal, apenas había plástico –comenzaba a llegar el «plexiglas», pero era una prenda para no mojarse con la lluvia– y no se usaba en envases, que eran de papel y muy útiles para prender la «cocina económica», último grito de la modernidad, que funcionaba con sarmientos y leña; el diesel no contaminaba, pues nadie tenía calefacción, el tractor aún no había llegado y sólo había un coche, que apenas circulaba, y un viejo camión; los periódicos, que todos llamaban «Riojas», estaban muy solicitados, para envolver chorizos y guardarlos para el verano en la despensa, que era un recinto sin ventanas, donde se guardaba la sal y los productos del cerdo, una vez que se bajaban del palo de secar. Los huesos se los comía el perro y, los restos de las verduras, el cochino y, si no había lechón, iban a parar al tamal, que hacía compost para abonar las piezas de cereal. No había basura, pues los útiles eran de madera y, cuando se rompían, servían para el fuego. Solo recuerdo una especie de basurero, en una hondonada, encima del río, donde se arrojaban los botijos, garrafones y porrones rotos y la loza inservible, pero jamás se había llenado, en siglos, pues se rompía muy poco –la mayor fechoría que podía hacer un niño era romper un porrón o un botijo–.
Sí, en pocos años, hemos pasado de no generar basura a inundarnos de ella. Si una semana no se recoge la basura, las ciudades son estercoleros. Siempre se dice que el progreso es una bendición y, en general, lo es, pero más nos vale controlarlo un poco, si no queremos que la basura acabe con nosotros, pues, mientras no se demuestre lo contrario, estamos en un sistema cerrado y nos puede pasar como a las moscas del vinagre. Murieron todas.
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