Gabriel Rufián ha puesto el dedo en la llaga al abrir una reflexión sobre la necesidad de una candidatura de la izquierda plurinacional para las ... próximas generales en España. Esa lista permitiría aglutinar las fuerzas y evitar la dispersión del voto en el espacio ubicado a la izquierda del PSOE. Rufián ha pedido «más cabeza y menos pureza» en una propuesta en la que ha hablado a título personal, porque está convencido de que la fragmentación es la antesala segura de una derrota electoral de la mayoría de centroizquierda y una victoria del centroderecha, que ya huele el aire del triunfo.
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Rufián ha sido desautorizado por Esquerra, pero posiblemente él mismo era muy consciente de que su iniciativa no tiene el aval de su partido, que aún sigue muy condicionado por la dinámica del nacionalismo esencialista ejercido por Junts. Pero ha tocado la tecla acertada: con la actual división en ese ámbito, no va a haber números suficientes para reeditar la actual mayoría de investidura por mucha resiliencia que intente Pedro Sánchez para no tirar la toalla.
En primer lugar, porque Podemos ha decidido hace tiempo ubicarse sin ninguna ambigüedad en los escaños de la oposición frontal porque ha llegado a la conclusión de que su único espacio natural pasa por 'matar' políticamente a Sumar y por diferenciarse como una izquierda muy crítica con la socialdemocracia. Cualquier escenario de colaboración con el PSOE, sostienen los morados, les conduce a favorecer a Sánchez en una estrategia de voto útil que puede funcionar en una parte del electorado periférico que siente aversión a la derecha.
Podemos no está por la labor de legitimar a Sumar, pero tampoco la formación de Yolanda Díaz va a avalar ninguna plataforma en la que encuentren acomodo las personas que integran la formación que lidera Ione Belarra. Los desencuentros personales forman parte de la vieja tradición cainita de la izquierda en España. Es algo devastador para la cultura progresista. Tampoco EH Bildu se plantea una candidatura unitaria para las generales, si bien en su último congreso, aprobó una propuesta para abrirla a escala vasca con el PNV, Geroa Bai y la izquierda confederal.
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No hay pues condiciones que hagan viable una platafoma electoral común, lo que irreversiblemente va a conducir a la oposición a todas las opciones de la periferia que apoyaron la investidura de Sánchez. Y ahora empiezan a surgir ya contradicciones muy serias, y algunos de quienes apoyaron su elección ahora anteponen sus intereses tácticos más coyunturales. Aflora –advertido el presidente del PNV, Aitor Esteban– «una mayoría en negativo» que impide al Gobierno desarrollar un mínimo programa legislativo de reformas y que va a ser el anticipo de la incapacidad para sacar adelante unos nuevos Presupuestos. Al mismo tiempo, tampoco esta mayoría «en negativo» es capaz de presentar una moción de censura a Sánchez, ni siquiera meramente instrumental para forzar una convocatoria electoral.
En este panorama llegan las vacaciones de verano, con la corrupción convertida en arma arrojadiza, el 'caso Montoro' convertido en un tsunami ante el que el PP se quiere poner de perfil y la dimisión de Noelia Núñez tras falsificar y mentir sobre su currículum, transformado en un botón de muestra del nivel de crueldad que atraviesa la política española. Todo se simplifica, se deforma y se caricaturiza hasta la extenuación. El descanso vacacional puede que no termine con esta espiral, pero sí puede bajar los decibelios.
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Después del verano regresarán todos los frentes abiertos en los últimos meses y Sánchez, previsiblemente, afrontará una remodelación de su Gobierno para que los candidatos autonómicos lideren su vuelo de forma autónoma; entre ellos, María Jesús Montero. Será el último revulsivo antes de unas elecciones que se perfilan para 2026 a no ser que salte alguna sorpresa que rompa el guion.
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