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Un haz de luz en una tarde para olvidar
El extremeño José Garrido corta la única oreja de la tarde en el sexto toro de Garcigrande
Hubo que esperar al sexto para que se viese un pequeño rayo de luz. Transitamos prácticamente toda la tarde entre tinieblas, con una sensación de ... desesperación. Lo que ocurrió, que fue poco, tuvo lugar en el último cartucho de esta feria del regreso de los toros a Logroño por San Mateo. La luz la dejó apagada Roca Rey cuando abandonó en volandas La Ribera este martes, tras su apoteósica tarde en la que cortó cuatro orejas. Volvimos este miércoles a la plaza con ganas tras lo vivido antes, pero conscientes de que estábamos en un nuevo capítulo de estas fiestas. La historia comenzaba. El marcador a cero. Sonaron los últimos clarines y arrancó el paseíllo del cierre. Casi dos horas hubo que esperar para reencontrarnos con el toreo, que no es que fuera demasiado grandioso, pero a lo que hubo nos agarramos fuerte y se premió con una oreja. José Garrido, que llegó sustituyendo a Pablo Aguado, fue el encargado de obrar la mejor faena de una tarde que olvidaremos pronto.
Garrido salió a por todas. Volvía a Logroño en una sustitución que sorprendió. Recibió al sexto con una larga cambiada y continuó con una ramillete de verónicas. Muy arrebatado todo. Abrió la faena con muletazos ayudados por alto, muy toreros, con algún pase del desprecio de gran transmisión. El toro era exigente, había que poderle, tomaba los vuelos de la muleta con mucha codicia y, a veces, de tanta velocidad que imprimía, se descomponía. Garrido trató de poderle. Quizá le faltó más poder para ordenar las embestidas, y para que aquello fuese más compacto. Al natural se abría mucho el toro, pero se dejaba. Alternó la faena por ambos pitones, sin dejarse ganar la pelea. Metió la espada y paseó la única oreja de la tarde. Esta faena, que se olvidará pronto, nos salvó de una traca final sin mecha.
Antes de su primer toro, Garrido mostró sus cartas en un quite por verónicas y una media que resultó algo fría en el toro de Manzanares. Mal lo pasaron los banderilleros en el tercero, el primero de Garrido, a los que apretó mucho. Extraordinario fue el par que colocó Domingo Siro, asomándose literalmente al balcón. La faena de muleta fue correcta. En la primera serie se mostró firme José con la muleta en la mano diestra. Se la plantó de nuevo en la cara por el mismo pitón y tiró de el. Hubo algún derechazo con empaque, pero sin llegar a más. Fue una lidia poderosa en la que tuvo que sujetar de continuo al toro porque amagaba con rajarse. A natural trató de llevarlo pero el animal ya había cantado, y en ese viaje a tablas José Garrido sacó raza y se tiró de rodillas en dos molinetes improvisados. Quiso despertar al público pero ya estaba todo sentenciado.
La corrida
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Plaza de toros de La Ribera. Última de San Mateo. Se lidiaron toros de Garcigrande, de hechuras y comportamientos desiguales. El 1º bis, manejable pero falto de fuerza; el 2º, muy bronco; el 3º, rajadito, embistió a arreones; el 4º, con movilidad y genio; el 5º, deslucido y sin emoción; y el 6º, muy exigente y complicado. Tres cuartos de entrada.
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El Juli, de verde hoja y oro. Cinco pinchazos, aviso, bajonazo (silencio). Pinchazo, casi entera (saludos).
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Manzanares, de azul noche y oro. Pinchazo hondo, estocada (silencio). Pinchazo, pinchazo hondo (silencio).
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José Garrido, de azul noche y oro. Bajonazo trasero, aviso (silencio). Estocada (oreja).
El Juli se dobló por bajo con la muleta en su primero, en un inicio poderoso, de los suyos de mando y exigencia. Era el primer sobrero. El titular fue devuelto a los corrales por inválido. La faena transitó entre la indiferencia y la desconexión. No caló a pesar del empeño que le puso el torero madrileño por ambos pitones. Mayor profundidad tenía la embestida por el derecho. Lo trató de llevar largo, pero al toro le faltaba tanta fuerza como picante. Con los aceros fue un auténtico sainete.
A la quinta serie quiso romper la tarde, cuando El Juli dio con la tecla que conectó con el público. Fue en una serie por el derecho, muy cosidita, larga, de esas que no llegas a apreciar cuándo termina un muletazo y empieza el siguiente. Hasta entonces, poco o incluso nada. Con una larga cambiada de rodillas lo recibió Julián desde el tercio, como un intento de prender la mecha. El toro tenía movilidad y codicia, pero también genio. Todo fue muy frío. Al natural lo llevó larguísimo, con mucho mando y firmeza y obligándole. Tras esa quinta seria con transmisión, llevó un circular invertido que también gustó. Falló con los aceros y todo quedó en ovación.
Manzanares también quiso pero no pudo en su primero, ante un toro bronco de Garcigrande. Bonito sí que lo toreó a verónica de salida, con ese empaque que tiene. Después, empujó en varas y tras una lidia bastante descompuesta en banderillas la faena de muleta pasó sin pena ni gloria. El toro se desplazaba, pero era muy rebrincón y la embestida era fea y molesta. Cuando Manzanares le exigía, el toro se descomponía, cuando lo llevaba a media altura se quedaba corto y entre tanto, perdía las manos. Ninguna serie terminó redonda. En el quinto, Manzanares llevó a cabo un trasteo en el que toreó con temple, pero el toro se desplazaba sin clase ni emoción. Ni la espada entró, y eso que es un cañón con la suerte suprema. La Ribera se quedó fría. Volveremos.
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