La geografía del miedo en Logroño
La capital riojana tiene sus puntos negros, zonas que por su falta de iluminación o por la ausencia de vida en ellas, producen una inevitable sensación de vulnerabilidad
Son las diez de la noche, noche cerrada. Logroño se enciende bajo la luz de las farolas. El calor, aún tórrido y sofocante, sube desde ... el asfalto. No hay respiro. En estas condiciones Diario La RIOJA inicia un recorrido por las calles de Logroño para dar testimonio de que el miedo al caminar por ciertos rincones de la ciudad es inevitable. Un miedo basado en hechos reales. Nada de gigantes a los ojos del Quijote.
La gente o su ausencia, la iluminación o los prejuicios juegan, en ocasiones, malas pasadas. El temor es libre y las sensaciones pese a ser subjetivas condicionan las rutas y las rutinas diarias. Arranca el periplo por la zona este de Logroño, en el entorno del campus de la Universidad de La Rioja (UR). Las aceras del Vives y Quintiliano son las únicas iluminadas. El resto de edificios se intuyen como grandes manchas negras. La zona está prácticamente desierta y la sensación de inseguridad está ahí, imposible librarse de ella. De camino al parque de La Ribera, aparecen Sara y Juan, una pareja que ha salido a correr. El testimonio de la joven es como el de muchas otras mujeres. Si sale a correr sola lo hace por la mañana: «La noche no es buena compañera».
En la ruta hacia el centro, este diario toma algunas de las vías estrechas que desembocan en la plaza de Fermín Gurbindo. Quizá por lo angostas, estas calles no se sacuden la etiqueta de intimidantes y ocupan un lugar destacado en el mapa del miedo de Logroño. El calor sigue sin dar tregua. La noche de final de julio se muestra cruel.
En las proximidades de la biblioteca Rafael Azcona las alarmas se disparan. Doce jóvenes, que jugaban una pachanga, paran su partido en seco. Sus miradas fijas nos siguen impenitentes. Nos amilanan, pero no tanto como si el paseo lo diéramos en solitario. La compañía -somos cinco- lima la sensación de temor.
Y de la Glorieta al Espolón. Un hombre que estaba tumbado en un banco se acerca. Aceleramos el paso. Posiblemente un temor infundado, como muchos que se basan en prejuicios, pero que rescata de la memoria historias de amigas o parientes que han vivido en primera persona situaciones, cuando menos, incómodas. A Julia, por ejemplo, cuatro jóvenes la siguieron durante unos cuantos metros, afortunadamente sin consecuencias. A otra amiga, menor de edad, intentaron violarla en el portal de su casa y no en el extrarradio logroñés, sino en un edificio que se levanta en pleno centro de la capital.
El Casco Antiguo es otra de esas zonas que da respeto por la noche. Cuando cierran los bares del entorno y se vacían las calles, la sensación de vulnerabilidad se hace mayor. Afortunadamente sólo son sensaciones. Diario LA RIOJA continúa testando las calles. Después de cesar en el empeño de atravesar el parque del Carmen -la iluminación es demasiado escasa- la ruta continúa por la zona Oeste, por las calles Samalar, Beratúa, Paula Montal y el parque de los Enamorados. Apenas hay contaminación lumínica, el cielo está despejado, pero las mismas razones que lo hacen atractivo infunden el suficiente respeto como para abandonar la idea de sentarse y contemplar las estrellas. No se ve a nadie en kilómetros a la redonda.
Continúa la caminata nocturna para concluir en las plazas Escocia y Hagunia. Aquí, a pesar de que no escasea la iluminación, el reciente relato de una joven que fue perseguida por un hombre a lo largo de toda la calle Barrera hasta que llegó al portal de su casa es suficiente para desistir y finalizar por esta noche una ruta de la que se extraen conclusiones dispares porque no sólo el miedo es libre, también las sensaciones, que no dejan de ser subjetivas. El temor que a algunas personas, sobre todo mujeres, les produce discurrir por algunas de las vías de la capital no es el mismo para todos, aunque la mayoría sí coincide en que el peor tramo es el postrero, los últimos metros hasta llegar al portal y el que transcurre desde que se atraviesa la entrada del edificio hasta que se cierra la puerta de casa por dentro.
Precisamente, en este último trayecto peatonal, sobre todo en el caso de las mujeres, el Ayuntamiento de Logroño puso el foco hace algo más de un año. El pleno acordó introducir las paradas 'antiacoso' en el bus búho. La iniciativa, que partió del PSOE, todavía no ha sido implementada pero sí ha sido incorporada al reglamento de transporte que está pendiente de aprobación. El objetivo es que las mujeres puedan pedir al conductor que, aunque no coincida con una de las paradas programadas, las acerque hasta el portal.
El género del miedo
Aunque el mapa del miedo no tiene género, las mujeres por el hecho de serlo tienen más riesgo de sufrir un determinado tipo de agresión, desgraciadamente en aumento. Basta hacer un repaso de los lamentables casos de 'manadas' -el último en Bilbao-. Pero también se puede hablar de otros colectivos como los niños, ancianos y personas con discapacidad que son más vulnerables.
Y es que el urbanismo actual, señala la arquitecta logroñesa Teresa Angulo Rodrigo está muy enfocado a los trayectos de ida y vuelta de casa al trabajo en coche y «todos esos recorridos se facilitan mucho», sostiene, pero no aquellos trabajos etiquetados como reproductivos, es decir, el conjunto de atenciones y cuidados necesarios para el sostenimiento de la vida y la supervivencia humana, como llevar a los críos al colegio, al padre al centro de día o ir a comprar al supermercado, que por lo general, recaen sobre las mujeres. Son estos trayectos, «que se suelen hacer en zig-zag» los que, en su opinión, hay que favorecer.
Sea como fuere, existe un denominador común y las zonas que más inseguridad generan en cualquier ciudad, que no tienen por qué coincidir con aquellas que tienen un mayor índice de delincuencia, tienen poca iluminación y, por lo general, están poco habitadas. «Para evitarlas habría que estar atentos a la iluminación y a la visibilidad de los lugares, evitando los rincones y los escondrijos, así como los lugares de un único acceso, es decir, el mismo para entrar y para salir», señala Angulo. Estos serían 'a priori' las grandes líneas de trabajo de un nuevo urbanismo que está empezando a incluir en su hoja de ruta estas cuestiones. En hacer de las ciudades un lugar amable porque al final, apunta esta experta, «las ciudades son el soporte para nuestra vivencia, para nuestra vida, y no dejan de ser un entorno en el que se tienen que promover las relaciones vecinales y personales porque son esas relaciones las que generan seguridad».
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«Hay que fomentar ciudades compactas, con mezcla de usos»
En una calle viva, con mucho comercio y parques que favorecen usos a diferentes horarios, por diferentes personas y se promueve la convivencia y las conexiones personales, «todos nos vigilamos a todos», describe Angulo. Pero el modelo actual de zonificación de usos, con zona industrial por un lado, comercial por otro y ciudad dormitorio, que se queda vacía por el día porque la gente está trabajando, por otro, lo que produce es inseguridad porque «al final tienen muchos rangos de horarios deshabitados».
«¿Habría mucha más sensación de seguridad en el polígono de Cantabria si hubiera más iluminación? Pues no, porque no hay gente paseando». Con este ejemplo ilustra su afirmación de que la seguridad «tiene que ver con la ciudad viva y con las relaciones y la solidaridad que se establecen entre vecinos. Si estás en un parque con mucha gente y un niño hace algo malo y papá o mamá están despistados, otra persona le va a decir que eso no se hace», explica.
Si no existe este tipo de seguridad se recurre a la seguridad privada, a las alarmas, las cámaras, una tendencia que va muy ligada a las actuales comunidades de propietarios «que están pensadas hacia dentro», señala. Con una zona interior, generalmente una piscina, pero sin salones que favorezcan las relaciones entre vecinos. Por tanto, Teresa Angulo cree necesario favorecer la convivencia tanto en el ámbito privado como en el público.
Las paradas antiacoso, a falta de aprobar el reglamento
En abril del 2018, el pleno del Ayuntamiento de Logroño aprobaba por unanimidad analizar la implantación de las etiquetadas paradas antiacoso de los bus búho para mujeres como ya se estaba haciendo en otras ciudades españolas.
La propuesta, lanzada por el PSOE, persigue que las mujeres que viajen en el bus búho puedan pedir al conductor que las deje lo más cerca posible de su destino siempre dentro de las rutas ya establecidas aunque el punto elegido no esté habilitado como parada de autobús.
Y aunque la medida, que debía ser analizada con la concesionaria de los autobuses urbanos, todavía no se ha puesto en marcha, sí está recogida en el reglamento del transporte, pendiente de aprobación, que en su punto 14, el relativo a la espera, acceso y descenso de viajeros reza textualmente: «...En los servicios nocturnos denominados búho el Ayuntamiento podrá autorizar paradas intermedias para el desembarque, fuera de las prefijadas, atendiendo, especialmente, a razones de seguridad y siempre desde una perspectiva de género...».
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