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Diseñado en los estertores, incluso ya en los funerales, de la 'burbuja inmobiliaria' el Centro de la Cultura del Rioja (CCR) acumula decenas de páginas sobre aperturas, cierres, goteras, reparaciones, reformas...

Concebido originalmente como un centro dinamizador del maltrecho Casco Antiguo y con una, a mi juicio, equivocada vocación museística, el complejo se ha convertido en arma arrojadiza entre los partidos políticos logroñeses, pero ni unos cuando lo parieron (PSOE y PR+) ni los otros cuando lo amamantaron (el PP en solitario y, posteriormente, con el apoyo de Ciudadanos) han tenido mínimamente claro qué hacer con el edificio. El enoturismo ya es una nueva, e importante, vía de negocio para las bodegas, por la sencilla razón de que les cuesta más vender el vino y porque hacerlo de forma directa es mucho más rentable. Pero estamos necesitados de formación. Cuando hablo con las bodegas, me dicen que tienen dificultades para encontrar gente preparada para sus departamentos de enoturismo, no sólo por nuestro mal endémico con los idiomas, sino por una evidente falta de cultura vitivinícola que debería sonrojarnos como riojanos. Tenemos escuela de diseño, de turismo, de hostelería..., tenemos bodegas, a los mejores profesionales, un despertar gastronómico que para sí quisieran otras regiones, pero no somos capaces de dar con una fórmula formativa integral que bien pudiera centralizar el CCR (¡otro día hablamos de La Fombera!). No hace falta irse muy lejos para ver cómo el País Vasco, con inversión y convencimiento como siempre, fue capaz de convertir el Basque Culinary Center en una referencia gastroeducativa mundial.

La realidad es que, probablemente, ni el propio edificio del CCR era necesario, cuando el emplazamiento elegido son las mismas entrañas de la tradición vitivinícola logroñesa y existen calados, privados y públicos, infrautilizados que cumplirían mucho mejor esa función de mostrar los vínculos históricos con el vino. En el 2015, el Ayuntamiento modificó sus ordenanzas para flexibilizar la instalaciones de negocios artesanos. Brillante estuvo el arquitecto, hoy también bodeguero, Javier Arizcuren, planteando su bodega urbana en la céntrica calle Santa Isabel de Logroño [que recomiendo visitar]. Ahora mismo hay un movimiento, al que por supuesto nuestras instituciones ni apoyan ni conocen, de jóvenes que elaboran sus propios vinos, sus pocos miles de botellas, en instalaciones de prestado o donde buenamente pueden. Son actividades artesanales a pequeña escala que, como ha demostrado Arizcuren, no causan trastornos para la vecindad. ¿Se imaginan una calle de 'bodegas urbanas' en torno al CCR? El urbanismo sacó a las pequeñas bodegas de los cascos urbanos y quizá es el momento de que el propio urbanismo las devuelva a su lugar: «Back to the future», que acostumbra a decir el gran Álvaro Palacios.

(P.D.) Con la esperanza de que algún político todavía lea la letra pequeña y tenga una idea...

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