Las Gaunas sin el alma de Las Gaunas

Al carro del fútbol moderno Las Gaunas ha llegado tarde y no sólo eso, sino en el peor momento. El COVID-19 provoca que el Municipal, como el resto de estadios de Primera y Segunda División, sea un mero escenario, un decorado de guiñol donde cada uno debe dar vida a sus sueños con la imaginación.

Porque Las Gaunas, sin aficionados, es una instalación carente de alma, muda y fría. Las Gaunas era este sábado cada casa, cada bar, cada ordenador conectado para seguir los primeros minutos de la Unión Deportiva Logroñés como equipo local. Es mucho por lo que significa de estreno, de recuperar un nombre y generar una identidad, pero sabe a poco, a muy poco.

No poder alentar las cabalgadas de Ousama Siddiki ni gritar con el postrero gol de Roni, suspirar de alivio por la recuperación milagrosa de Iago López o llorar el gol del Castellón es vivir un fútbol intensamente personal, casi calvinista. Una práctica espiritual y no física de gritos, frío, bocadillos y reencuentros. La pandemia y las decisiones de LaLiga obligan a este nuevo ejercicio individualista, de conexión telemática con los amigos y compañeros de grada.

¿Qué hubiera sucedido en condiciones pre-marzo 2020? ¿Cuántos miles de personas hubiesen acudido al Municipal? ¿Siete, ocho, diez...? La cabeza da más vueltas y brincos que el nuevo balón Puma sobre el maltrecho césped del estadio, digno de Verdún en 1916.

Pero tocaba jugar con todos los condicionantes imaginables y, cuando peor pintaban las cosas, agarrarse a la fe de las gradas vacías, sentir un aliento lejano pero audible y seguir peleando. Por segunda vez (ya ocurrió en Gijón), Miño tuvo que subir a rematar un córner. A la desesperada, sinónimo de que el fútbol daba la espalda de nuevo a los blanquirrojos. Pero tocaba morderse la lengua y porfiar hasta que Ousama, quién si no, se alzase en el área 'orellut' para conectar con David González 'Roni', que pasará a la historia como el primer goleador de la Unión Deportiva Logroñés en Segunda.

Aunque parecía predestinado al infierno del vacío, ese control y ese disparo potente y cruzado del delantero asturiano igualó el partido, dio el primer punto a los de Sergio Rodríguez y levantó gritos separados por kilómetros pero unidos por un sentimiento desbordante. No es la gloria, pero después de oler a chamusquina se paladea como tal.

La UDL sabe de trabajo y sudor, pero está aprendiendo todavía que los errores son losas enormes, difíciles de cargar. Y que el acierto ofensivo se cotiza más que el oro en la Liga Smartbank. Por eso queda en el debe un aspecto importante y que no se debe desdeñar: el aprovechamiento del balón parado. Es una de las fortalezas que deben marcar las diferencias: trece saques de esquina botados, una falta muy peligrosa lanzada por Iñaki y repelida de Whalley... De todo ese filón se debe extraer, al menos, una pepita. Y los mineros blanquirrojos este sábado no encontraron el metal mientras que el Castellón, con apenas una ocasión peligrosa, conquistó un botín de esmeraldas. Como en El Toralín.

Un ejemplo para aprender. Pero hay que quedarse con el punto, con la rabia de Roni y del equipo, con el arreón final. Y con el silencio de Las Gaunas. Que vuelva a rugir sería la mejor noticia. La UD Logroñés lo necesita. Y eso pasa por seguir trabajando todos, a la desesperada, en este minuto 93 de la lucha contra la pandemia.