Universitarios en casa, el precedente
Curso del 73. Una peculiar orden de un ministro franquista de Educación dejó durante medio año vacías la aulas de las universidades: hizo coincidir el año natural y el escolar
Se llamaba Julio Rodríguez y algún universitario yeyé, de la generación del postfranquismo, tal vez aún recuerde su nombre. Aquel ministro de Educación, al servicio de los últimos años de la dictadura, pasó a la pequeña historia de España porque perpetró un invento que ahora, mientras las aulas de las universidades se vacían, recobra cierta vigencia. Aquel caballero tuvo la heterodoxa idea de que coincidieran el año escolar con el año natural. ¿Moraleja? Que los universitarios que concluyeron el curso 72/73 y se fueron de vacaciones tardaron en regresar a las aulas medio año: hasta enero del 74. Acababa de nacer el llamado 'calendario juliano'. Un experimento que salió mal. Fracasó. Como la propia carrera de aquel pintoresco ministro.
Porque Rodríguez apenas duró siete meses en el cargo. Llegó al Consejo de Ministros del dictador para sustituir a un ministro de más largo recorrido, el legendario Villar Palasí. Legendario porque dio nombre a una longeva Ley de Educación de honda trascendencia para unas cuantas promociones de escolares que vestían pantalón corto en los años 60: fue el creador de la EGB y del BUP. Pero cuando la confianza del dictador en sus servicios empezó a cotizar a la baja, entró en escena Rodríguez. Nombrado ministro en junio del 73, cesó el 3 de enero del año siguiente, justo cuando daba a luz a su extraña criatura: ese modelo de año escolar que copió de otros países como Australia o Chile y que, entre otras rarezas, trasladaba hasta diciembre los exámenes de recuperación.
Natural por lo tanto que cundiera el desconcierto entre la clase universitaria. Si bien la experiencia fue acogida de buena gana cuando se implantó (es decir, cuando los estudiantes vieron ante sí un prometedor horizonte de medio año de vacaciones), luego mermó el entusiasmo. En medio de una crisis económica de extrema dureza, que también justificaba en parte que Rodríguez se decantara por su 'calendario juliano', el dictador remodeló su Gobierno en plenas navidades, despidió al titular de Educación junto a unos cuantos ministros más y Rodríguez pasó a la historia, aunque no tanto su experimento. No había marcha atrás posible y quienes se beneficiaron de aquel veraneo tan prolongado ejercieron de conejillos de Indias del sistema educativo y pasaron a la triste posteridad de la España franquista como los primeros ( y únicos) alumnos cuyo año académico coincidió con el año natural.
¿Y Rodríguez? Falleció cinco años después. La muerte le sorprendió en Chile, donde participaba en un congreso sobre mineralogía (era catedrático en Cristalografía y Mineralogía). Nacido en 1928 e íntimo amigo de Carrero Blanco, quien le aupó como ministro, era también conocido como poeta, de índole heterodoxa y vehemente: un día se presentó a leer un poema ante la tumba de ¡¡¡García Lorca!!!, el mismo gesto que antes había intentado ejecutar sin éxito en el funeral por su mentor, el almirante asesinado por ETA. La Policía evitó ante su féretro ese improvisado y truculento recital.
Un decreto del 25 de enero firmado por su sucesor, Cruz Martínez Esteruelas, suprimió su sueño. Medio siglo después, su nombre nada le dirá a la generación de universitarios que aguardan en casa la eliminación del virus. Claro que ellos, a diferencia de sus papás, no están de vacaciones. O no deberían.