Julián Montenegro Sáenz | Sacerdote riojano en Perú desde hace 47 años
«El sueño del papa siempre fue ser misionero y eso va a ser para todo el mundo»El religioso, natural de Medrano, trabajó ocho años en el país andino con el pontífice, al que define como «cercano y un pastor de la gente sencilla de Dios»
A Julián Montenegro Sáenz (Medrano, 1940) le llegó desde muy niño la llamada de Dios, además de un 'veneno', potente pero inocuo, que no era ... otro que el sueño de ser misionero de los más necesitados. Tras catorce años como sacerdote le dieron por fin el permiso para partir hacia Perú, donde hoy, a sus 85 años, cumple ya 47 de labor misionera, ocho de ellos, entre 2015 y 2023, junto a su amigo Robert Francis Prevost, quien desde el 8 de mayo pasado se convirtió en el 267 papa de la iglesia católica bajo el nombre de León XIV. «Estamos en buenas manos, sin duda. Él es un hombre sencillo y llano, siempre soñó, como yo, con ser misionero y eso será, un misionero en Roma para todo el mundo, un pastor de la gente sencilla de Dios», asevera rotundo el religioso riojano con la maleta ya hecha en Medrano en vísperas de retornar a su amado Perú, «donde me necesitan, porque esa es nuestra vida».
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– Misionero riojano en Perú y amigo de Robert Francis Prevost, ahora León XIV, el papa.
– Él siempre soñó, como yo, con ser misionero, y llegó a Perú a mediados de los ochenta, pero lo destinaron a la formación. Luego fue prior general de su orden, los Agustinos, y en 2015 pudo retornar a Perú cuando el papa Francisco le nombró obispo de Chiclayo, lo que curiosamente le permitió ser lo que siempre había querido, pastor misionero. Sus antecesores no lo habían hecho, pero él subió a caballo, hasta los más de 4.000 metros de altitud, con lo que supone, y solo en el primer año no había dejado ya ni un rincón sin visitar en una diócesis de casi 16.000 kilómetros cuadrados. Llegar allí, enviado por Francisco como obispo, le permitió realizar el sueño de su vida, que era ser misionero, pastor con la gente sencilla de Dios.
– ¿Aunque llegase como obispo?
– Sí, sí, claro. Es que si no llega como obispo yo creo que no le dejan (risas).
– ¿Está entonces la iglesia católica en buenas manos?
– Sin ninguna duda. Es un hombre sencillo, llano… Mira, un detalle, cuando la pandemia, cuando ya no podíamos salir nadie de casa, él salió con la custodia, él solito por las calles, bendiciendo las casas, que es lo que necesitaba la gente. El pueblo suramericano es así, necesitan la bendición y te la piden. Eso no lo ha hecho nadie más en todo el mundo, ya te lo aseguro. Luego organizó una colecta y pudimos montar dos fábricas de oxígeno, que eran imprescindibles, porque en Perú, reconocidas, aunque seguro que son más, murieron 250.000 personas por el covid.
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– ¿Qué puede aportar de novedoso respecto a Francisco y a sus antecesores?
– Yo diría la naturalidad y la cercanía a la gente, a vivir como tú y yo estamos ahora, así de claro y de fácil. Ha entrado en una institución de tanta historia… Muchos obispos son de oficina, pero él no. Él quiere salir y sé que va a salir, pero, de momento, hasta donde le dejen. Sé que al final va a ser lo que es, un misionero, no para una diócesis, sino para el mundo.
«Cuando supe que era él, me aloqué, salté, lloré, reí… Aquello fue inenarrable»
Julián Montenegro Sáenz
Misionero riojano en Perú
«Tengo su teléfono, pero no me he atrevido a llamarle, me ha dado apuro, así de claro»
«Nos han invitado a Roma, pero yo estoy dedicado a los pobres y no voy a ir porque me duele ese gasto en viajes»
– ¿Cómo se enteró de su elección?
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– Yo he tenido dos grandísimas emociones en mi vida: la primera, el día que me anunciaron que podía ir a las misiones a Perú, porque era el sueño de mi vida; y la segunda, la elección de este papa. Estábamos viendo la televisión y se vio el humo blanco, el nuevo papa aún no había salido al balcón, pero en un rótulo pusieron el nombre y yo me aloqué, salté lloré, reí… Aquello fue inenarrable.
– ¿Ha hablado ya con él?
– No me he atrevido a llamarle, me ha dado apuro, así de claro. Tengo su teléfono y sé que ha contestado a los que le han felicitado, así que quizá algún día me atreva por la relación que tuve con él, pero de momento... Los obispos anteriores eran de otro talante y a él le mandó Francisco para romper eso. Al principio no fue del todo bien recibido por todos porque algunos no eran misioneros como nosotros, pero él se reía y me decía 'Ya se van amansando, ya se van amansando' (risas).
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– ¿Hay posibilidad de un reencuentro entre ustedes?
– Sí, sí..., desde luego que lo hay, pero yo he renunciado. Yo podría estar en octubre con él porque nos han invitado a los agustinos recoletos a Roma y, de hecho, van a acudir representantes de todo el mundo, pero estoy dedicado a los pobres y me duelen tanto los gastos de viajes y demás que he rechazado ir porque iría contra mi forma de ser.
– ¿Qué virtudes destacaría de él?
– Yo diría, como he comentado antes, la sencillez y la cercanía y, claro, el trabajo, dar la vida al cien por cien. Pero es algo que no es ficticio o postizo, es así, le sale, es como una fuente de la que mana el agua.
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– ¿Algún defecto publicable, incluso que él mismo reconociese?
– Pues a tanto no he llegado, pero lo tendrá y lo que sí sé es que, si se lo dices, lo acepta y, además, te da las gracias. No es de los de «Aquí mando yo». Jamás oirás esa palabra en su boca.
– ¿Qué le pediría?
– Yo rezo todos los días por él y solo le pido que siga siendo lo que es, que no deje de ser nunca misionero, que sea un misionero en Roma para todo el mundo.
«Mira que Medrano me quiere y yo los quiero, pero no me importaría morir allá»
Logroño. Él atendió la llamada de Dios de inmediato, pero su propia voz tardó en ser escuchada por sus superiores. Julián Montenegro Sáenz nació en Medrano el 25 de marzo de 1940 y 24 años después era ordenado sacerdote con el anhelo desde mucho antes de ser misionero. «Yo pedí ir a las misiones incluso antes de ordenarme, pero me tuvieron esperando durante 14 años dedicado a la formación de seminaristas en Logroño. Mis alumnos y compañeros se iban a las misiones antes que yo porque yo les metía ese 'veneno' y me pasaban por la cara el billete de avión, pero siempre les decía que vivo o muerto lograría ir», relata aún con la emoción de aquel lejano día en el que fue llamado y, cuando aguardaba la habitual negativa, le dieron la tan soñada autorización. «Ese fue el mejor regalo de mi vida, salté y casi doy con la cabeza al techo de la alegría», relata el religioso, que llegó a Perú en 1978, su destino desde entonces hasta hoy salvo un breve periodo de tres años en Venezuela, «cuando el golpe de Chávez».
Acaba de pasar unas semanas en su Medrano natal. «Antes solo me dejaban venir cada cuatro años, pero ahora ya vengo todos los veranos un mes. Para mí es una alegría estar con los míos, pero siempre con las ganas de volver allí, a Perú, que es donde me necesitan», asevera Julián Montenegro, reacio a esa etiqueta de raza especial que suelen colgar a los misioneros. «Bueno, eso soléis decirlo vosotros, para mí no es nada especial, es algo que te mete Dios y pese a lo que te encuentres o pase estás como pez en el agua, es tu vida, es la vida que quieres», defiende horas antes de retornar al país andino para proseguir su labor mientras el cuerpo aguante o más incluso: «Muchos quieren morir allá y a mí no me importaría. Así de claro. Y mira que Medrano me quiere y yo lo quiero, pero...».
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