Los acusados, este miércoles, en la sala de vistas de la Audiencia. Juan Marín

El responsable de la investigación asegura que «dieron muerte a la víctima de una manera cruel y con un sufrimiento evidente»

El capitán de la policía judicial de la Guardia Civil sostiene que en el escenario había indicios de que el crimen no lo cometió un solo individuo y de que fue premeditado

Carmen Nevot

Logroño

Miércoles, 6 de noviembre 2024, 14:24

Los acusados dieron muerte a la víctima «de una manera cruel y con un sufrimiento evidente», así describió este miércoles el capitán de la policía ... judicial de la Guardia Civil responsable de la investigación el ensañamiento empleado por los autores del crimen de Cuzcurrita. La declaración de la máxima autoridad policial en este caso protagonizó la tercera jornada de juicio que se sigue en la Audiencia Provincial por el asesinato del hostelero Guillermo Castillo en la madrugada del 2 de enero. Un crimen por el que C.S.R y A.D.G se enfrentan a penas que van desde los 27 años de cárcel que reclama la Fiscalía a la prisión permanente revisable que piden las acusaciones particulares.

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El capitán del Instituto Armado explicó detalladamente que los acusados «se concertaron para cometer un delito violento y el móvil era económico». C.S.R., de 55 años y nacido en Portugal, conocía la vida de la víctima, había trabajado para él y con él había tenido una relación de amante.

«C.S.R. acordó el crimen con un compañero y entre los dos dijeron dónde tienen que ir y qué tienen que llevar: guantes, enmascaramiento, grilletes...», relató. Una vez todo planeado, sobre las 21.00 horas del 1 de mayo, C.S.R. recogió a A.D.G., de 39 años, con el vehículo propiedad de su novia. De allí se dirigieron a Lardero a visitar a un traficante de «estrato bajo», y después, por la geolocalización del móvil del portugués –A.D.G lo apagó desde el momento en el que le recogieron hasta las 09.00 horas del día siguiente–, se desplazaron a Cuzcurrita, donde pensaban obtener un botín de entre 50.000 y 60.000 euros. Llegaron a la plaza, aparcaron, se prepararon y fueron al domicilio de la víctima.

C.S.R., apuntó el jefe de la investigación, «aprovechó la relación que tenía con la víctima para llamar». Guillermo abrió la puerta y a partir de ahí, «el acto de violencia es inmediato», las abundantes manchas de sangre así lo indicaban. «Los golpes provocaron la caída del hostelero, siguieron los golpes, la mayoría en el cara y con una gran saña», le ataron las muñecas con las esposas que traían y las utilizaron para llevarle desde el vestíbulo hasta el aseo de la planta baja. En ese violento traslado, mientras uno le arrastraba tirando de los grilletes, el otro continuaba propinándole patadas. Ya en el baño, colocaron la cabeza y el cuerpo de tal manera que pudieran cerrar la puerta. A partir de ese momento empezaron a registrar la vivienda al completo en busca de un esperado botín que no encontraron. Los procesados se fueron con los 600 euros que tenía la víctima en la cartera. No se habían percatado de la presencia de una caja fuerte en la que sí había más dinero.

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Una vez que concluyeron, «le dejaron con vida agonizando» y sobre las 00.44 horas, salieron, regresaron al coche y abandonaron el pueblo. A las afueras del municipio, siempre según las antenas a las que se conectaba el móvil del portugués, hicieron una parada de entre 20 y 30 minutos para, «por sentido común», eliminar las evidencias que podían delatarles porque se dirigían a una zona urbana en la que era previsible la presencia policial.

De nuevo, los acusados se encaminaron a Lardero y allí «hicieron una transacción de tráfico de drogas», aunque las expectativas ya no tenían nada que ver con las iniciales. Del botín de 60.000 euros sólo habían obtenido 600. Según la geolocalización del teléfono de C.S.R., tras abandonar Lardero, C.S.R. dejó a A.D.G. en su casa, en el barrio de La Estrella.

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Meses después del crimen, prosiguió el responsable de la investigación, la Guardia Civil detuvo a A.D.G., un hombre que para entonces tenía numerosos antecedentes por robos con violencia. En aquella ocasión fue arrestado por un atraco a una sucursal bancaria en la plaza de la iglesia del barrio de Varea que había cometido el 24 de julio de 2023.

Pocos días después, la Guardia Civil, que ya había recibido información sobre el asesinato de Guillermo Castillo de un testigo protegido, tenía intervenido el teléfono de C.S.R., y en una conversación que éste mantiene con su novia, ella le expresó su temor de que A.D.G. le delatara a cambio de algún beneficio.

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Tras el asesinato, detalló el agente de la Guardia Civil, se estudió el entorno de la víctima y se investigó a mucha gente hasta que el mencionado testigo protegido, citado al juicio pero que se encuentra en paradero desconocido, señaló al portugués y ofreció una serie de informaciones que daban credibilidad a su versión. Entre otros datos, dijo que Guillermo Castillo había muerto a puñetazos y que habían participado dos personas. A partir de ahí continuó una investigación que concluyó que el segundo implicado era A.D.G. Ambos procesados se habían conocido años atrás en prisión y la noche del crimen los indicios le situaban junto a C.S.R. Entre otros, el responsable de las pesquisas, que fueron bautizadas con el nombre de operación Squilla, citó las seis o siete llamadas que la hermana de A.D.G le hizo a su móvil. Una insistencia que no era normal porque en el registro de llamadas lo habitual es que tratara de contactar con él una o dos veces al mes y «de repente esa frecuencia tan exagerada...». «Como no le coge, llamó a C.S.R. porque sabe que van juntos, le llamó seis veces». Tampoco esta insistencia era normal. «Todo era inusual con el hermano y con C.S.R.», definió.

Preguntado por el grado de participación de cada uno de los acusados en el crimen, el capitán explicó que, fruto de su experiencia, considera que todas las agresiones en la cara suelen tener un vínculo personal, de ahí que entiende que quien verdaderamente se ensañó con Guillermo Castillo fue C.S.R., ambos tenían un «vínculo sentimental prolongado en el tiempo» y fue éste quien le dio el primer golpe.

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Además, C.S.R. se había dirigido a Guillermo Castillo en una ocasión anterior de forma «intimidante» para pedirle dinero. Así se habría mostrado en un episodio que relató un amigo del hostelero. Tanto el amigo, que también declaró este miércoles en la vista oral, como la víctima se encontraban en la casa de este último en Logroño. Estando allí, C.S.R. llamó a la puerta y Guillermo abrió, en ese instante le cambió el semblante, hasta entonces había estado jocoso y se quedó serio. El amigo los dejó solos en el salón para que hablaran, pero logró ver cómo el fallecido sacó dinero de su bolsillo y se lo entregó al procesado. Poco después se marchó, pero al finado ya le había cambiado el humor.

Por último, el capitán de la Benemérita, que descartó la implicación de terceras personas en el crimen, una tesis en la que insiste la acusación particular que representa a Yolanda Castillo, puso el foco en la organización de los acusados. «Tenían un plan para conseguir un buen negocio fruto de un lucro de otro delito mucho más grave. Dar muerte a la víctima de una manera cruel, con saña y con un sufrimiento bastante evidente».

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Preguntado por la defensa de C.S.R. acerca de en qué se basa para decir que su cliente fue el que atacó de «forma descomunal» a Guillermo, el agente indicó que esas agresiones en la cara no son propias de una persona que sólo busca dinero, hay una motivación personal «y no especulo, son elementos objetivos».

En la vista oral también declararon los tres agentes de la Guardia Civil que accedieron a la vivienda de Guillermo Castillo. «Nada más entrar a la casa me dio la impresión de que ahí había ocurrido un hecho de extrema gravedad», señaló uno de ellos.

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