Crónicas venenosas
Lenguas viperinas«No hay nada más aterrador que una reunión de escritores, más que una reunión de monjas, de mafiosos o de asesinos en serie» (Milena Busquets, 'Las palabras justas')
Ser español se está volviendo agotador. Dice Feijóo que la nacionalidad hay que merecerla y yo soy más bien de la opinión contraria: se sufre ... como se puede. Ahora todos debemos tomar partido con urgencia entre el Instituto Cervantes y la Real Academia Española. Imagino la angustia de María Pombo ante una decisión tan grave e inaudita: ¿Luis García Montero o Santiago Muñoz Machado? Ninguno de los dos ha escrito libros de decoración e interiorismo lo que complica mucho la elección.
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A mí, sin embargo, les confieso que este enfrentamiento me ha hecho una ilusión escolar porque es como cuando dos empollones se pegaban en el recreo y aquello era un volar de gafas y de apuntes subrayados a dos colores. Hace poco se discutió si leer hacía mejores personas. Está claro que no, pero lo que sí dan los libros son herramientas muy afiladas para el insulto.
Empezó sibilino Luis García Montero cuando despreció al director de la RAE por ser un especialista en Derecho Administrativo a cuyo despacho van millonarios. Fue tal vez un poco injusto y apriorístico: no debemos descartar que algún abogado sepa escribir decentemente. ¡Incluso hay filólogos que lo hacen medio bien! En cualquier caso, me gustó el ataque de García Montero porque fue gratuito e inesperado, a lo Coto Matamoros en 'Sálvame', y al menos desde Clausewitz conocemos la importancia del factor sorpresa en cualquier batalla.
La cosa ha ido subiendo de nivel gracias a la respuesta concatenada de algunos académicos de navaja al cinto que respondieron con creatividad quevedesca. Pérez Reverte llamó «paniaguado» al director del Instituto Cervantes y no podemos sino felicitarnos por la recuperación de un adjetivo tan sonoro y que ofrece tantas posibilidades al articulista contemporáneo. No obstante la aportación de Pérez Reverte, el ganador de esta riña tabernaria ha sido indiscutiblemente Álvaro Pombo, que describió a García Montero como un poeta «agradablemente menor». ¡Dios mío! ¡Qué insólita crueldad! ¡Qué esférica humillación! ¿A qué espera la Fiscalía para actuar de oficio? Uno se hace poeta para triunfar o fracasar a lo grande, olímpicamente, abriéndose las venas en cada verso. Si yo fuese poeta y alguien me considerase «agradablemente menor», primero le arrojaría a la cara un par de quintillas y luego le retaría a florete al amanecer detrás de la catedral más próxima.
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Los cronistas serios se duelen de que dos de nuestras principales instituciones culturales vayan por ahí disparándose flechas untadas en veneno, pero yo me estoy divirtiendo de lo lindo. Esta es una polémica española de las buenas: ataques 'ad hominem', ironías sangrantes y un magma subterráneo e hirviente cuyo origen en el fondo desconocemos. Aun a riesgo de equivocarme, me atrevo a recordarles las dos poderosas palancas que mueven el mundo de las letras: la vanidad y el dinero (y por ese orden). ¡No sabe lo que se está perdiendo María Pombo!
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